Veo al pangolín y me falta
esto así de poco para creer en dios. En uno que se levanta pasado el
mediodía con aliento de buitre. Que le da la vuelta a los
calzoncillos que lleva puestos porque no le quedan limpios. Que se
alimenta mayoritariamente de sándwiches de mortadela y mayonesa. Que
coquetea con la politoxicomanía. Que se siente un impostor. Que
jamás entrega a tiempo sus artículos. Que logra cumplir sus
proyectos cuando el mundo se ha cansado ya de esperarlos y que, a
pesar de ello, se le caen genialidades de encima como caspa. A mí no
me cabe del todo en la cabeza que un bicho que parece un oso
hormiguero vestido por Paco Rabanne pueda haber sido diseñado por
las acéfalas fuerzas evolutivas, y por eso pienso que sólo un dios
de ese tipo es capaz de fantasear e insuflarle hálito a tal delirio.
Veo lo que estos días se
informa en torno al pangolín y me falta menos todavía para creer en
la justicia divina. Y eso ya no me parece tan gracioso como imaginar
un dios de humores trastornados, terriblemente talentoso. Reducir la
secuencia tráfico y abuso de especies silvestres / mercado chino
/ enfermedad vírica / muerte / miedo pandémico / economía global
amenazada a un juego de crimen y castigo me parece lo bastante
maniqueo e irrespetuoso como para no permitirme el lujo de caer en
ese hábito tan extendido de pensar por atajos. Cuando leí esa aún
no confirmada correlación entre una de tantas muestras de la
naturaleza esquilmada y las tribulaciones del hombre me salió un
muahaha resentido del que me avergoncé inmediatamente. Porque
el sufrimiento no puede indemnizarse nunca con sufrimiento.
Y sin embargo... Es tan
elemental, es un eslogan tan efectivo ese nexo. Funciona tan bien
para vender que todas las criaturas diversas e inverosímiles,
humanos tanto como pangolines, que poblamos este planeta somos
células, tejidos y órganos de un mismo cuerpo. Un virus, que es
poco más que un trozo oportunista de información codificada en
genes, protegido por un escudo de proteínas, salta de un murciélago
a un pangolín a un hombre, tuneándose convenientemente en cada fase
para volverse más eficaz, de acuerdo con su propósito de
pervivencia. Exactamente como el miedo.
El miedo a ser comido modela
la anatomía disparatada y el comportamiento de los pangolines. Sus
escamas, como el cuerno del rinoceronte o el cerebro del buitre, se
consideran medicinales en algunas partes del mundo, así que el miedo
al dolor físico de los humanos, tanto como el afán de poseer
objetos que mejoren su estatus, moldea el destino de las poblaciones
animales. El miedo a infectarse de una enfermedad que no parece matar
más que la gripe o la pobreza interrumpe el tráfico en las
ciudades, suspende negocios, sabotea las presunciones digitales;
encierra a la gente en sus casas, deja barcos varados, reaviva
recelos y hostilidades. El miedo es un virus que muta y infecta con
afán nivelador e igualitario. El miedo de los animales es hermano de
nuestro miedo, porque su daño acarrea nuestro daño. Sí, es una
afirmación tosca. Sí, la interrelación de los vivos es una
evidencia inapelable.
La estupidez humana es infinita, ya estaba dicho pero es que leyendo el artículo del National Geografic es mas que constatable.
ResponderEliminarY mira que le echamos paciencia a este bicho, pero no hay manera. Extinción.
ResponderEliminarWater Hack Burns 2 lb of Fat OVERNIGHT
ResponderEliminarOver 160,000 women and men are losing weight with a simple and secret "water hack" to drop 1-2lbs each and every night in their sleep.
It's simple and works all the time.
Here's how to do it yourself:
1) Take a glass and fill it with water half the way
2) Then do this strange HACK
and you'll be 1-2lbs skinnier the very next day!