Ya no puedo echarme atrás.
He tirado la piedra y, ojalá no dé de lleno en cabeza ajena, no se
puede esconder la mano. Mi crédito de irresponsabilidad se ha
agotado. Así que permite que me presente como lo que en verdad soy
ahora: una adicta. Lo que sería únicamente mi problema si, además, no fuera una traficante de sustancias peligrosas. Presta atención a
quien ya se ha perdido, si no quieres perderte. Sigue pues este
consejo: ponte tapones en los oídos, como los marineros de Ulises,
cuando empiece a recomendar apasionadamente un libro. Soy una
sirena funesta.
Y voy a hacerlo de nuevo,
porque cuando estás intoxicada es muy triste andar sola por esas
calles salvajes. Si no tienes cera, átate bien fuerte al mástil. Yo no lo
hice en su momento, y mira en qué estado me hallo. Descarriada.
Enamorada. Corrompida. No digas después que no he avisado.
Ser animal, de Charles Foster, es un libro subversivo. No es lenguaje sino pócima.
Manzana del árbol clandestino. Hay personas que a la primera raya de
cocaína se enganchan fatalmente. Yo vivo a mil galaxias de distancia
del mundo estupefaciente. Pero ponme por delante una mezcla bien
cortada de metáfora y feromona. Me cuelgo al instante. En estas
doscientas y pocas páginas hay camufladas dosis suficientes como
para prenderle fuego a mi cerebro y que arda como Australia.
¿Quieres saber de qué va?
¿Entender las brasas sin tocarlas? Vale, lo intentamos. Naturalista
sin remilgos, turbado por la otredad, la aparente inviabilidad de
acceder al conocimiento de lo que hay al otro lado de uno mismo,
intenta comportarse como lo hacen un tejón, una nutria, un zorro, un
ciervo, un vencejo. Come gusanos, rebusca en la basura, duerme en un
agujero de la tierra, se hace perseguir por sabuesos. Un fulano capaz
de idear y ejecutar un proyecto así de loco hace conmigo lo que
quiera, para siempre. Si en el proceso me extirpa capas de hábito y
me deja en carne viva, para que el mundo se sienta como debiera, me
convierto en su discípula. Advierto de sus peligros, pero no me
resisto a difundir su evangelio.
Sentir como se debe: esa es
precisamente la cuestión crítica del libro, me parece. Más allá
de tantear la verdad del otro mediante la práctica de una radical
empatía, recobrar la verdad propia. Si soy capaz de acercarme
mínimamente al conocimiento de lo que es ser un bicho cualquiera,
¿podré reconquistar lo que siente un animal humano, no enajenado
por un modo de vida blando y cómodo? ¿Volveré a saber lo que sabía
mucho antes de haber nacido? ¿Me transmitirá mi piel
sobreprotegida una textura más precisa del mundo? ¿Lo que oigo
habitualmente se podrá aproximar a lo audible? ¿Recuperará mi
nariz su mitigada capacidad para entender sutiles historias? Y mis
articulaciones y mis miembros, ¿sabrán cumplir de nuevo su rico
programa genético? En definitiva, si puedo volverme tejón, o
volverme niña pequeña, ¿sentiré otra vez aquella antigua
intimidad con el mundo, con lo que es más allá de lo que me
figuro?
Leo queriendo saber lo que es ser persona. |
Esta brasa yo la he cogido
entre las manos, y se siente. En las garras y en los
bigotes, en las alas y las aletas, se siente en las branquias y en la corteza y en los
cloroplastos. Todo mi yo urbano huele a papel quemado. Mi proceso de
reanimalización, o rehumanización si lo prefieres, no puede ya
detenerse. Tú sigue con los tapones puestos si no quieres que te
alcancen las llamas.
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