Sigo poniéndome al día
contigo. Soy como uno de esos conocidos que te encuentras en la calle
y se toman tu qué tal al pie de la ele, y no como una fórmula
de urbanidad. Qué tal, y eres informado en abundancia sobre uñeros,
desavenencias con los compañeros de oficina, huelgas de flora
intestinal, cambios de armario.
Pregúntamelo. Qué tal.
Y cuando ya sabes que mi
estructura física ha revelado por fin que donde tenía que haber
cemento hay chicle, y viceversa, te cuento que estoy en proceso de
hacer las paces. Con el dormir. Pero también con la vigilia. Porque
en la vida real no hay Suizas. No hay territorios que mantengan mucho
tiempo un estado neutral. Leí hace poco en este curioso libro que el
sueño y la vigilia no tienen fronteras rígidas: que apenas estamos
nunca dormidos del todo, pero tampoco del todo despiertos. Así que
lo que pasa de noche se instila en el día. Añadir y viceversa
ahora me sonroja por su obviedad.
El caso es que duermo mal a
ratos, por culpa, creo, de esa hormona resentida que es la
progesterona. O duermo poco. O poco y mal. Pero sobre todo poco. A
veces me veo varada en la cama esperando a que suene el despertador
con impaciencia de amante. Suele sonar a las 6:15. Podría levantarme
y entrenar, o escribir un libro, o cocinar para toda la semana en
esas horas de nadie. Pero servidora no es un unicornio ni una persona
altamente efectiva. Cuando no duermo practico todas las variantes del
decúbito y desbarato las sábanas. Antes encallaba en los por qué,
y no sabía evitar entrarle al trapo a mi marrullera mente. Ahora
procuro enfocar mi difusa atención, yonqui del modo alerta, en
inventar y mantener mantras.
Ejemplo. Inhalo: pienso
acepto. Exhalo: no retengo. Venga, hazlo conmigo, es
preescolar de budismo. 1, 2, 3, a-cep-to. 4, 5, 6, 7, no-re-ten-go.
Acepto estar despierta a las 4:30. No retengo la comodidad que
acarrea la inconsciencia. Acepto que mi mente, advirtiéndome como
una madre neurótica del menor peligro, real o imaginario, sólo
intenta protegerme, y que esa es su función evolutiva. No retengo
los pensamientos que en ella se proyectan. Acepto la rareza de la
noche. No retengo el día, con su amparo. Acepto el deterioro y el
desorden. No retengo aquello que me hace sentir segura y a gusto.
Acepto no ser más. No retengo el tiempo escaso. Acepto la vida con
todo su desgarro y su gloria. No me quedo ni una burbuja de oxígeno
en los pulmones, no retengo la vida ni sus regalos.
Es una treta, claro, porque
a esas horas el crecimiento personal me trae al pairo: me entrego
mejor al ritmo del mantra que al contar de ovejas. A veces funciona y
me amodorro, a veces suena el despertador y me dice hey, nena, y yo
le echo los brazos al cuello con alivio. Pero quiero creer que algo
ha cambiado ya en el cableado de mi cerebro.
Acepto el aire viciado y la
falta de espacio. No retengo el milagro de la luz en la hoja de los
árboles. Acepto el animal no del todo despierto que soy. Procuro ya
no retenerme: la imagen que tengo de mí, la belleza fugaz que me
atraviesa, el amor sistémico que siento.
En mi caso hoy ha sido a las cinco de la mañana. Ayer fue peor. En fin...
ResponderEliminarPor cierto, bienvenida de nuevo. Se te echaba de menos.
Gracias a ti, Suttree, conocí. David George Haskell y su "En un metro de bosque". Créeme: vuelvo sobre todo porque echaba de menos estas conexiones.
ResponderEliminarLa del maldormir...En ese libro que enlazo he aprendido que probablemente las siete-ocho horas canónicas de sueño continuado, básicas para vivir dignamente, son un camelo.
Yo no acepto ni retengo. No consigo quedarme en cama, dando vueltas, me agobia de una forma irracional.
ResponderEliminarAntes me preocupaba. Ahora, algunos días me levanto a las 4, otros a las 5:30, otros, los muy escasos, a las 7.
Hago otras cosas, leo, o vagabundeo por internet, o lo que sea. Lo he asumido y ya no me trae de cabeza como antaño... ya ni las causas busco, aunque lo que comentas de la progesterona me ha llamado mucho la atención.
Si lo asumes, pienso que lo aceptas, no dando un sí al hecho, sino haciéndole espacio. Me parece casi heroico que puedas levantarte a esas horas!
EliminarY lo de las hormonas reproductoras, qué vamos a decir: a veces dan ganas de decir que hasta la misma naturaleza es misógina.
Lo de preescolar de budismo me encanta. Yo ese tipo de cosas las recuerdo de un libro de Sánchez Drago, un imbécil si, pero que sabe vivir mejor que yo. (O lo mismo no.)
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