domingo, 6 de octubre de 2019

Estoy


¿Se avisa con antelación para no pillar a nadie desprevenido o para que, en el mejor de tus cuentos de la lechera, se te prepare una fiesta? ¿Haces aspavientos desde lejos? ¿Una entrada gradual y cautivadora como la del personaje de Omar Shariff en Lawrence de Arabia?

¿O te vuelves a colocar discretamente en el punto de partida? Disimulando, corriendo un tupido velo sobre tu ausencia. Continúas la frase que se quedó a medias, rellenando con cara inocente unos puntos suspensivos kilómetricos.

Mi madre me ha contado alguna vez que tras dar a luz a mi hermana, se moría de impaciencia por volver a ver a la niña de apenas un año que había dejado en casa. Y que yo, torponcilla y quiero imaginar que sonriendo por dentro, no le hice mucho caso. Como si el cambio en la familia no fuera el sigiloso drama que disecccionan los tratados sobre la infancia. Como si una madre que de pronto se ausenta no trastocase tu diminuto planeta para siempre.

¿Te arriesgas a volver, entonces, conciente de que lo más probable es que nadie te espere como a ti te gustaría que te esperasen?

Te arriesgas. Porque la madurez es el proceso de aceptar la propia insignificancia. Estoy convencida de que la atención ajena es la más poderosa sustancia psicoactiva. Por ser percibida, tomada en consideración, querida, la gente es capaz de llegar al crimen o a la servidumbre. Reconocer que eres anodina y pequeña, y que el mundo sigue girando se escuche o no tu voz, estés o no estés presente, te da la paradójica opción de crecer. Y creo que eso es lo más ambicioso a lo que puede optarse, seas humano o casi árbol.

Me arriesgo. También quizás porque en realidad volver es imposible. Mi mente ávida de estabilidad me engatusa informándome de que ni tú ni yo, ni la tierra o el cielo que nos sostienen, hemos cambiado mucho en este tiempo. Pero lo hacemos. Por ejemplo: me van brotando dolores y yo les hago hueco a la vez que los combato. Lo digital cambia día a día mi cerebro. Estoy expuesta a demasiado: demasiada información, demasiadas imágenes, demasiadas mercancías, demasiado. Me cuesta cada vez más seguir el ritmo apurado de esta era. Algunas de mis convicciones se han reforzado, otras se van disipando. Últimamente, en lo colectivo, me asusta menos la maldad que la indiferencia. No tengo nada nuevo que decir, pero lo hago.

Y así, preñada de silencio, se me han pasado ocho meses. Es posible que esté a punto de parir algo y de volver a casa. Sigo sonriendo por dentro. ¿Me esperarás, aunque no me hagas mucho caso?

1 comentario:

  1. Un día me explicarás por qué siempre siento que andamos tan cerquita, viviendo cosas parecidas, pero cada una en su dimensión espacial. Siempre que vuelves es una pequeña revelación cálida :)

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