miércoles, 16 de enero de 2019

Seguir fotografiando



Hace tiempo yo publicaba textos a menudo, conquistando lo no dicho a la manera de los peones del ajedrez, día tras día modesto, casilla a casilla. Después fui saltando por las semanas como los caballos, y aún así, apenas reconozco aquel tiempo como mío. Igual que los peces payaso, ahora me parece como si entonces hubiera nacido siendo del sexo contrario, como si esa exuberancia fuera una cosa inventada. No es que me fuera secando, es que me salió madera poco a poco. Se me calmó la savia y se me volvió más dulce, jarabe de arce, para lubricar los fríos. El silencio es un ecosistema maduro que se alcanza después de colonizar paisajes quemados con palabras y más palabras.

He leído algo al respecto que me ha tocado, en “El alma del mar”, de Philip Hoare, uno de esos escritores del derredor íntimo que se ponen en contacto conmigo mediante infrasonidos:

Como todos los capitanes (de barco), Lumby jamás ha tomado una fotografía a una ballena.
No le hace falta. Están todas ahí dentro, en su cabeza.”

A veces me creo transitoriamente incapaz de escribir de modo ortodoxo, sujeto-verbo-predicado, la eme con la a, ma, ma más ma hacen mamá, y entonces me consuelo diciéndome que está todo ahí adentro, en mi corazón, en mi cabeza, y que el pasmo de estar viva no precisa en realidad ser imperfectamente expresado en signos. He incorporado a mi sangre al árbol, el olor de los brezos, la pena o la esperanza en el ojo ajeno, completos, sin mutilar, sin estrujarles los fluidos al embalsamarlos en frases o párrafos.

Otras veces, en cambio, me digo que hay que seguir diciendo, porque quizás, no, seguramente, lo que amo o lo que temo es exactamente lo que tú amas y temes, y quizás, sólo quizás, dentro de tu corazón o tu cabeza todos esos amores y miedos son como aromas tenues e incógnitos que no han encontrado todavía su forma.

Y así me digo que tengo que contarte cuando me vi rodeada de zorros muertos. No recientes, te imaginas. Nueve, eran nueve, ni uno más ni uno menos. Y apenas me causó espanto, porque tengo ya un callo en el alma a fuerza de ver cadáveres de animales. La podredumbre ya no me arranca arcadas; los gusanos son gusanos, una estación más del ciclo.

Pero cuando llegué a casa, me quité la ropa de trabajo y mi insensibilidad se escurrió por el desagüe de la ducha. Y entonces, limpia ya de hábitos, me prohibí la indiferencia, porque si la muerte deja de impresionar, si se pierde de vista esa sombra, la existencia misma se vuelve plana. Me enrosqué esa noche en mi cama, trémula. La duermevela iluminó a mis zorros, los reanimó desde el mismo momento en que dejaron de tener fuerzas para seguir pataleando. Se debatieron, aullaron, cayeron. Olisquearon aquí y allá, zascandilearon. Se siguieron entre sí, se mordieron los costados, rodaron por la hierba, ebrios de juego. Oyeron croar a las ranas como quien contempla de repente al deseo hacerse carne y aproximarse. Se estiraron como yoguis. Despertaron del sopor de una tarde cálida de finales de verano. Quizás recónditamente asombrados de, a pesar de las trampas, seguir vivos.

Como tú y yo, cada mañana. Tengo árboles, ballenas y zorros en el corazón y la cabeza. Tengo el miedo a morir y a ignorar la muerte; tengo por encima de todo el júbilo de formar parte de una red que intercambia energía y materia. Escribo sólo para compartirlo, y para que también ahí, en tu cabeza y tu corazón, los amores los miedos hagan acto de presencia.


3 comentarios:

  1. Me alegro de leerte. Esta bien tener un lugar al que volver de vez en cuando. Para reconocer nuestros miedos en los de otros, nuestros anhelos, nuestras pasiones. Esta bien no ser el único raro de tu entorno.

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    1. Más me alegra más a mí la presencia por estos árboles de esos ojos redondos y amarillos tuyos. ¿Seguir empeñados en esta cosa de expresarse y compartir es raro? Quizás los todavía-no-humanos-del todo que articularon la primera palabra sonaron raros a sus semejantes. Si se me permite la comparación un poco pasada de rosca.

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  2. ¡Muy buenas! aquí otra que vuelve, pero después de mucho más tiempo.
    Siempre es de agradecer el leerte y siempre será de agradecer cada regreso. Seguir compartiendo a través de letras.

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