domingo, 4 de febrero de 2018

Otra forma de ser infieles


Se interpone entre nosotros, aparentemente inofensivo, ominoso. Tragándose como un agujero negro las palabras. Hay objetos y situaciones que son el negativo de los altavoces. Atraen hacia sí los argumentos y en vez de amplificarlos para darlos al mundo, los amordazan. Secuestran la comunicación y una, muerta de cansancio, ya no puede ofrecer más rescate. Se claudica entonces; admites que eso está ahí, lo quieras o no, le haces un hueco en casa. Y cuando vuelve a salir de él, del sitio donde lo habías ocultado, procuras ignorar su presencia, no hacerle el menor caso. Las palabras inservibles bullen adentro, como una perdiz triste encerrada en una jaula. La paz de espíritu es un mito cuando eso flota en superficie.

Para algunas parejas es un escarceo, cualquier modalidad de caza furtiva. Para otras, una suegra que restriega por las paredes su mierda. Un acuerdo imposible sobre tener o no tener hijos. Una asimetría en el cariño. Un desequilibrio flagrante de fuerzas. Nosotros, bendita fortuna, no tenemos tales lastres. Un frasco de zanahoria: eso es lo que se atraviesa en nuestro acuerdo.

No hay en él nada que no me ofenda. Virutas impostoras que se hacen pasar por, pero que carecen del sabor y del crujido de las zanahorias. El grosero azúcar añadido. La demencial cantidad de energía que ha sido necesaria para que esté en mi cocina ahora mismo. Para cosechar la materia prima dios sabe dónde. Transportarla a sabe dios qué fábrica. Pelarla. Rallarla. Cocerla. Envasarla. Volver a transportarla. No me atrevo a estimar cuántas veces multiplica ese gasto de petróleo a las pocas calorías de las que alardea la etiqueta. Para hacerme una ensalada con zanahorias reales sólo tengo que asaltar el huerto de mi padre o conformarme con la frutería. Y después usar manos y dientes como cualquier herbívoro.

Y la tapa del envase. Este asunto me tiene muy trastornada últimamente. Abro un frasco de cristal, lo vacío, arrojo el vidrio adonde toca, no sé qué hacer con la tapa. Me quedo varada en mitad de su historia. ¿Es una cosa metálica, realmente? ¿De qué mina la han extraído entonces? ¿Qué residuos ha generado? ¿Qué es la película blanca que la reviste por dentro? ¿A qué cubo la tiro, demonios? Tirarla a uno u otro, ¿importa? ¿Es acaso posible reciclarla? ¿No será más bien un gesto para aplacar la culpa? ¿Crecen en los vertederos arrecifes de tapas? ¿Cuánto tiempo ha tardado en desaparecer de mi cocina el contenido del envase? ¿Cuánto tiempo tardará el envase mismo?

Son preguntas tan de parvulitos de conciencia ecológica que me enerva que se disipen en el aire cargado de buenas intenciones y actos negligentes. Es una especie de castigo de Sísifo. Siempre procuro recolectar o escoger lo que considero menos lesivo. Siempre encuentro en el mismo carro de la compra los mismos frascos, la misma montaña de conservas y envases. Es más, siempre termino empujando un jodido carrito de supermercado. Siempre claudico ante lo fácil. No soy lo bastante autosuficiente. No voy de la frutería a la pescadería a la tienda que sea que venda a granel, en peregrinaje. No sigo sermoneando a mi novio ad infinitum.


Transijo. Que a veces es una forma de pecado. Luego me toca arrepentirme. Miro a mi alrededor. Todo lo que poseo y lo que me posee. Lo que digiero y lo que expulso. Mi carne y mi aliento. Mi tiempo de recreo. Lo que me viste. Donde me cobijo: ¿hay algo en mi existencia que no ofenda absolutamente a nadie, en ninguna parte del mundo? 

8 comentarios:

  1. Me he tenido que reír. Después del susto del primer párrafo, el asunto no me ha parecido tan grave...

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  2. ¿Las tapas metálicas de los tarros de vidrio al contenedor amarillo? No lo sabía.

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    1. Si las tira al vidrio tampoco pasa nada. En la recicladora hay un imán que las atrapa después de romper todo el vidrio y antes de entrar en la cadena.

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    2. Amos, lo que se aprende. Gracias, ojos de rapaz nocturna.

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  3. ¿Las tapas metálicas de los tarros de vidrio al contenedor amarillo? No lo sabía.

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  4. Vivir pensando que lo que hacemos/decimos/pensamos puede herir/ofender/enojar a otro/a no puede ser vivir.

    Saludos,

    J.

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    1. O lo contrario:puede ser empezar a vivir con respeto.

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