Hacer bobadas por pura elección, con
conciencia. Suspender el escepticismo. Rendirse a la incoherencia.
Subirse en marcha al carro de ruedas cuadradas del año nuevo. Al
menos este día tragarte ese rollo. Una cifra cambia en el contador
teórico del tiempo y tú te concedes el permiso de pretenderte un
poco más fresco.
Conoces las tretas del almanaque. Sabes
que esta es una renovación pactada que no tiene nada que ver con el
vals del planeta, ni con el flujo de hormonas o de savia. No hay
guiño natural que sugiera una diferencia entre 31 de diciembre y 1
de enero. Pero la realidad tiene tantas voces, tantas estrategias
para seducirte. ¿A qué oferta de renacer de las que te propone el
cosmos debes hacerle caso? A la primera hoja de trigo que asoma. O
al primer vuelo de cortejo del águila. A la primera flor de
almendro. O al momento en que el día y la noche quedan en tablas.
Así que optas por la solución simplona
de la cultura y por una vez le pagas un diezmo a las convenciones.
Comes doce uvas a una hora en la que habitualmente llevas un buen
rato dormida. Recibes y repartes buenos deseos, sinceros pero algo
forzados. Le abres las compuertas a un caudal de azúcar. Haces
resúmenes, tal vez uno o varios proyectos. Si estuvieras en tu sano
juicio, ¿creerías alguna vez que un ajuste en la fecha puede lograr
que reverdezcas? Pero como eres de natural apacible, te emborrachas
fácilmente con la voluntad de felicidad que te escancian,
Y entonces te llegas al mar y como se
supone que eres otra vez nueva, te ofreces para reeditar un bautismo.
En el confín sur de Europa el invierno es un animal manso, pero un
bikini no es hábito para eneros. Ya puestos a hacer bobadas y a
transigir con tradiciones blandas... Dejas la ropa en la orilla,
tanteas poco o nada la temperatura y te lanzas. El hielo que pone el
poniente en estas aguas seda los músculos molidos. Un derroche de
luz te afloja como si fueras un pulpo. Te hundes de cuerpo entero y,
antes de emerger entre risas y maldiciones, vuelves a conectarte con
la reverencia por un instante. El mar siempre deja limpia la pizarra
en la que se va garrapateando lo que eres. No hay manera de volver a
la orilla sin ser un poco más joven, un poco más simple. Más
nueva, realmente.
Y así es cómo a las bobadas le crecen
brotes y raíces. Otro año comienza, convencional pero alegre. Sigo
viva. Seguís vivos. Estamos juntos y el aire es respirable. El clima
aún no ha cambiado tanto como para que bañarse en el mar en enero
no siga siendo una memez importante. No perdemos todavía la
esperanza. Es un día tan bueno como cualquier otro para empezar a
garrapatear los cuadernos.
Por suerte, los paparazzi que me siguen son lamentables. |
No se, no se...!
ResponderEliminar¡En tu salsa! Te admiro mucho, Silviña, al agua en enero... :*
ResponderEliminarFeliz Año. ¡Cuidado con los resfriados!
ResponderEliminar¿Cómo? ¿Ya comenzó el año?
ResponderEliminarRayos...
Saludos,
J.
Me encanta eso de comenzar el año con algún acto o acción depuradora. Buen ejemplo el tuyo de bañarse en el mar... si no fuera por la resaca y porque estaba lejos, me hubiera restregado un poco en la nieve. Mira, una idea para el año que viene!
ResponderEliminarEn cualquier caso, que tengas muy ¡feliz año!
FELIZ año, o día. o minuto a todos, queriditos!!
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