domingo, 7 de enero de 2018

Proyecto VMA

Recelo de los proyectos. Tal vez porque siempre he tenido intereses más bien desenfocados y dispares. Pienso en mi mente y la imagino como cualquier tipo de ecosistema acuático: amoldable, imprecisa; un torbellino de voces, un pequeño charco en el que puede reflejarse el paisaje. Y me resulta también un poco embarazosa esa receta que, en aras de la salud emocional, prescribe el diseño de un propósito concreto y de una estrategia sólida para implantarlo. No porque carezca de motivaciones o de la voluntad necesaria para vivir de acuerdo a ellas. Llevo más de tres años poniéndome fuerte y más de seis publicando con más o menos puntualidad estas viñetas. Pero realmente no tengo un tronco robusto y mi atención se columpia como las algas.

Pero como me excita rebatirme, últimamente se me están ocurriendo proyectos. No debería llamarlos así, siquiera. No se trata de hacer algo, una carrera de obstáculos, por ejemplo, un huerto propio o un libro, sino de convertirme. No es planear nuevas tácticas de vida, sino hacer germinar, de una vez por todas, ciertas identidades. Yo misma deseo ser brazo ejecutor y resultado.

Y lo que quiero ser es una vieja descarada, un mono arborícola, el propio árbol.

Dejadme que os lo explique.

Lo de la vieja. Admiro a ese puñado de mujeres mayores a las que las pautas sociales les importan un carajo. Las que han agotado su cuota de disimulo y visten como quieren, dicen lo que sienten y mandan a la basura la opinión ajena. Mujeres que se han liberado por fin de la servidumbre a su propio atractivo. Se asoman al acantilado de la vida y se dan cuenta de que siempre estuvieron ahí, a un paso de caer al fondo. Siempre poco más que consigo mismas. Y se les ha pasado ya el miedo de estar solas, a la intemperie. Miran el reloj y se dan prisa. He coincidido con unas cuantas. Bailan sin garbo en el gimnasio, pero en su despreocupación surge una veta de gracia. No piden mucho más que poder seguir confiando en sus huesos y sus órganos. Están al otro lado de la vergüenza. Te contemplan sin timidez como si fueras un cachorrito. O una especie de regalo demasiado bien envuelto como para disfrutarlo. Yo quiero ir desnuda como ellas. Libre de evasivas y blindajes. Uno de mis proyectos es alcanzar, antes de tiempo, su franqueza.

Lo del mono. Yo no cuento mis sueños porque en el fondo soy un ser elegante, pero hace unas cuantas noches soñé que avanzaba a través de un bosque colgando de rama en rama. Pendía de un brazo, del otro, me ponía del revés como los murciélagos, me impulsaba hacia el árbol siguiente, caía al suelo y rodaba; hacía cabriolas, trepaba de nuevo, encontraba el equilibrio instintivamente. Desperté con una sensación de plenitud inolvidable. Desde entonces, cada vez que recupero esas imágenes, me chuto una dosis de contento. Tan ligero, tan grato que, medio borracha, se me ha ocurrido el proyecto quizás ambicioso de desandar siete millones de años de evolución Homo. O al menos de expandir el rango de movilidad de mi cuerpo. Quiero devolverme una parte, aunque sea humilde, de la soberanía física de los animales.

Lo del árbol. Esto no es nuevo en absoluto. Y es mi proyecto más difícil. Más que la recuperación de la espontaneidad y que el entrenamiento físico. Ser autónoma y generosa de esa forma, ¿te imaginas? Tener lo fundamental al alcance de raíz y hoja. Alimentarme por mí misma. Tener una responsabilidad radical sobre mis emociones. Generar aire respirable. Amortiguar la violencia del sol o la lluvia. Dar sombra incluso al que viene con el hacha. Ser una forma de vida compasiva. Hábitat más que individuo.

Vieja. Mono. Árbol. Piedra nunca. Que no os extrañe si escribo poco. Tengo mucho trabajo por delante.



1 comentario:

  1. Vamos los propósitos de año nuevo disfrazados de "Proyectos VMA" o "Carrera de obstaculos".
    Espero que los consigas.

    ResponderEliminar