domingo, 14 de enero de 2018

A mano desnuda


No juzgar a la ligera. No juzgarme. Soy bastante amable conmigo misma, pero me obligo a cumplir estos mantras. Muchas veces se me olvidan. Y entonces me sorprendo, por ejemplo, catalogando de banal el tiempo medio exagerado que dedico a pensar en cómo utilizar más y mejor mi cuerpo.

Supongo que crecí en una época en la que el intelecto tenía todavía una reputación incuestionable. Desprovistos de otras memorias e inteligencias de bolsillo que no fueran los libros, perduraba aún la confianza en el sobrestimado adjetivo sapiens. La educación era una explotación intensiva cuyo objetivo era cebar la mente de los niños. Había que poner la mayor cantidad de kilos de conocimiento de calidad dudosa en el menor tiempo posible. Brazos y piernas languidecían enjaulados en la clase. La nota de gimnasia a veces ni siquiera puntuaba. Nos convertíamos poco a poco en un tipo de ganado que, como las gallinas de las granjas industriales, no tenía oportunidades serias de sobrevivir por sus medios al aire libre. La asignatura era sacrificada tras el examen. Supongo también que, templada la fe en el raciocinio, el asunto educativo no ha cambiado mucho.

Por eso a veces me avergüenzo y me insto a dedicarme a menesteres menos físicos. Como si me pillara a mí misma masturbándome. Déjate de saltos y pesas y dedica el alimento ingerido a tareas mentales de provecho. Reflexiona. Cavila. Discurre. Cultiva tu inteligencia verbal y lógica. Hipertrofia tu pensamiento. Entrena tus poderes intrínseca y exclusivamente humanos.

Y entonces es cuando repaso mis callos. Últimamente me rozo las durezas insólitas en mis manos como si fueran las cuentas de un rosario. Trocitos de cuero minúsculos al pie del envés de tres dedos. Con ellos rezo, medito. Y como en cualquier operación similar - rosario, om, baile de derviches - termino liberándome de mi vanidad de individuo pensante. Me miro las trabajadas manos de cerca y recupero el asombro. Cuántos millones de años necesarios para que la evolución tallara estructuras como estas. Cuántos ensayos, cuántas ramitas que terminaron siendo soltadas por cuántas garras, sin beneficio. La palma ancha, los dedos conectados minuciosamente al cerebro a través de una red intrincada de nervios, el virtuoso pulgar abatible. Ponte las manos delante de los ojos. Obsérvalas un buen rato. Sociables. Asesinas. Artífices. Si las manos no fueran lo que son, tal vez la mente no se hubiera terminado desarrollando. Son, sin duda, el cimiento de lo humano. Hay una voz dentro de mí que, incansable, cacarea yo, yo, yo. Mis manos, con su verdad de músculo, hueso y nervio, expresan mucho mejor mis poderes.

Y me recuerdan hoy otra vez la estupidez, la impostura de identificarme sólo con lo que pasa en mi mente. Yo es un resumen muy burdo de un cúmulo de impulsos eléctricos que se transmiten a través de una determinada forma de materia. Mis manos son yo. Mis glúteos y mis glóbulos blancos. La información sensorial prodigiosamente almacenada en mi memoria. Los conocimientos transmitidos por la tribu. Mi pensamientos igual que mis saltos.

Cierro los puños, voy leyendo con la yema del pulgar estos callos que me han salido y que mi educación tilda de feos. Estoy aprendiendo a que me hagan sentir orgullosa. Son un relato de vida y uso, una alusión directa. He descubierto que, quizás por exceso de mente, tengo poca fuerza en las manos. No tengo mucho agarre y toda la potencia que pudiera tener mi cuerpo se escapa por ese sumidero. Siempre se me han caído mucho las cosas. Es probable que lo que uno es se codifique perfectamente en lo que puede o no hacer con las manos. Cuando mis durezas apuntaron como yemas empecé a usar guantes en el gimnasio. Estos últimos días entreno a piel desnuda. No quiero olvidarme más de que yo también es esta nueva, creciente fuerza.

3 comentarios:

  1. El culto al cuerpo reemplazó, una vez más, el culto al conocimiento.

    Suerte con tus callos.

    J.

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  2. José A. García, en vez de reemplazar un culto al otro ¿no crees que puedan ir paralelos?

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  3. Para mí, una cosa sin la otra no funciona.

    Creo que vivimos una era en que esos bohemios de pipa en mano y panza de apoyo de copa pasaron a la historia.

    De nada nos sirve una mente cultivada si el cuerpo no la acompaña, porque el cerebro forma parte del cuerpo y tenemos ya bien comprobado que cuanto mejor físico, mejor mente. Los antiguos nunca se equivocaban: aquello de "mens sana..."

    Salud!

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