lunes, 23 de octubre de 2017

Corazón tan verde


A veces, cuando tengo instalada la bruma en el corazón y me cuesta entender lo que siento, tiro por la vía rápida y le echo la culpa al paisaje. Igual que las abuelas le achacan al cambio de tiempo el dolor de huesos o la morriña. Antes de irme, la sierra era una mole obscena de tan desnuda. Al volver hace por fin honor a su nombre. Las alturas se han puesto blancas y, aunque no consigue disipar la amenaza de un verano infinito, la nieve de lejos me ablanda y me deja con la intuición de que la rueda del año, tan atascada, se ha movido un poquito. Entre ida y vuelta las vistas se han metamorfoseado y yo, me parece, también soy ligeramente distinta.

Salí del valle pirenaico en el que me he refugiado estos días cuando aún no había amanecido del todo. El autobús bailaba curvas, ascendía primero trabajosamente, como si quisiera redundar en la idea de que el verbo marcharse es más largo y pesado de pronunciar que el verbo irse. Esperaba poder ver el paisaje que la noche de la llegada me había perdido. Pero el sueño viejo que traía, los restos de dormidina en el hígado, la niebla que pronto se adueñó de lo hondo... : las montañas que protegían el valle parpadearon pesadamente y, mucho antes que yo, se quedaron fritas. Me quedé con las ganas de saber cómo un pequeño mundo cerrado y limpio se volcaba y se iba perdiendo en el caudal de la geografía.

También con la sensación de que todo había sido un sueño: el otoño tan deseado, los árboles de colores, la aridez desmentida. Ya en casa de nuevo, practicando el saludable ejercicio de habituarme a mi propia vida, me asalta a ratos la duda de si he estado allí de veras. No es que no me fijara atentamente. Es que el paisaje juega conmigo.

Luego me asomo a la ventana de mi casa, veo manchas verdes aquí y allá, y vuelvo a saber que la esperanza dura. Una asociación bochornosa de tan trillada, lo sé. Pero cuando sientes algo, y al hacerlo dentro de ti se hace el silencio, entonces todo lo mil veces sabido se refresca. Pasó algo parecido unas cuantas veces mientras estuve en el valle. Vi un mundo despojado de actualidad y me pareció perfectamente viable. Vi que hay territorios por compartir aunque se digan con distintos acentos, y que esos acentos, como el sotobosque, nos hacen a todos más fuertes y ricos. Vi lo esencial: aire limpio, naturaleza soberana, gente que ama lo mismo. Vi árboles que escuchan como personas y personas que semejan árboles: autónomas, enraizadas y generosas.

Sentí las cenizas gallegas como si fueran de mi familia. Sentí el dolor estrujando las entrañas aunque lo que duela pase lejos. Sentí que lejos es una idea discutible. Sentí el calor de y por desconocidos. Sentí que verdaderamente hay una hermandad de botas de montaña y alas, espesuras y cumbres.

Sentí fe no en lo que se es, sino en lo que se defiende. Sentí la sinceridad de gente que no pide beneficios para sí, sino que la dejen seguir cumpliendo su vocación de servicio. Sentí admiración, simplemente. Recordé los paisajes que amo, y volví a sentir el desasosiego de verlos arder, ser invadidos, secarse, banalizarse. Sentí que yo no era la única. Y al entender la determinación de los que también se sienten así y no están dispuestos a rendirse, sentí consuelo y orgullo.


Sentí que el corazón se me volvía cada vez más verde. Y siento ahora, en casa igual que entonces, que el valle no queda lejos sino aquí mismo, y que aquella hermandad de las botas no fue en absoluto un sueño. 


Detrás y entre estos paisajes puros hay personas que los defienden. No son un sueño tampoco.


9 comentarios:

  1. Pero qué maravilla, Silvia. Ni idea de que pintaba con palabras así. Qué descubrimiento!!!
    Un abrazo
    Luis Cavero Sancho

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  2. Silvia,maravilloso!!! un abrazo.
    J.Ramon

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  4. Exacta descriptiva! de las sensaciones compartidas por 400 almas que no piden para si. Gracias Silvia has recogido las emociones que todos hemos vivido en el valle! Que difícil hacerlo en un texto con tanta dulzura, precisión y armonía! Me pareces una catedral. Me encantó conocerte de corazón.

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  5. Acabamos de llegar a casa, todavía con los colores del valle vibrando en la retina, casi consigues borrarlos con las lágrimas que han empañado mis ojos.
    Gracias por esas hermosas palabras.
    Un abrazo

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  6. Acabamos de llegar a casa, todavía con los colores del valle latiendo en las retinas, casi consigues borrarlos con las lagrimas que han empañado mis ojos al leerte.
    Gracias por esas hermosas palabras

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  7. Siempre lo olvido pero de hoy no pasa. ¿Conoce a María Sanchez? @MariaMercromina. Hace poco, bueno unos meses, publicó su primer libro: Cuaderno de Campo.
    No se si en alguno de sus blog lo ha comentado porque estoy convencido de que le encantaría. Y a ella lo que escribes.

    Bueno, ahí lo dejo.

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  8. Sílvia debe ser una chica de traje verde que escrive de color rosa,con mucha sensibilidad. Una gran descripción, que comparto.

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