viernes, 16 de junio de 2017

O.K.


Cuesta. No sabes cuánto cuesta esto. Darle la espalda a un mundo que se desvive por abrazarte. Obviar la playa suave de las siete de la tarde. Resistirse a las sirenas y las serpientes contenidas en los libros. Retar a la gata Nico a ver quién mantiene los ojos abiertos durante más tiempo. Respirar. Ni más ni menos. Aire fresco y húmedo que huele a flores, mar y perro. Con la nariz. Con todos los poros de la piel dispuestos. Lo suspendo todo, y como el sheriff que cumple con su deber y sale de la amable sombra doméstica al desierto, me dirijo a mi particular duelo con las palabras. No me preguntes por qué. Las palabras son poco fiables, desconocen los códigos de honor y a veces disparan por la espalda. Las espero en mi particular O.K. Corral. Cuesta. No sabes cuánto cuesta no hacerlo.

Cada vez me tienta más la idea de dejarlo. Sin derrotismo. Sin asomo de drama. Siento como si ya hubiera escrito todo lo que me tocaba. Al comenzar este periplo leí en algún sitio, y me adherí a ello con cierto fanatismo, que había una fuente de temas sobre los que hablar que nunca jamás podría secarse. Ya no lo tengo tan claro. ¿Y si resultara que cada uno tiene su cuota propia? Una porción limitada del espectro electromagnético que puede absorber y ser reflejada. Yo ya he cantado mi luz particular de mil formas. La alegría a contracorriente y la delicadeza escondida. ¿Puedo seguir emitiendo mi color verde sin cansar?

Y como si le hiciera esas preguntas a un oráculo secreto, y el oráculo usara los libros para contestarme, en el que estoy leyendo (absorbente, tejido sobre la trama de una inusual bondad) encuentro esto: "Contempla la oportunidad, lo instaba el Eclesiastés. No ignores nada, sea grande o pequeño." He ahí la orden que me obliga a escaparme de los abrazos. Por eso salgo a la intemperie de las cosas que quieren ser dichas. La escritura es cazamariposas, laca fijadora, lupa. Tengo esta oportunidad, este ramillete de ahoras. Tengo delante un rebaño de cosas grandes y pequeñas que pastorear. Si no lo hiciera se me perderían por ahí, se las comerían los lobos - la poca atención, el olvido -, se harían al monte y se volverían tímidas.

Lo grande y lo pequeño. Cuando atiendes, las clasificaciones por tamaño se vuelven triviales. El aire está saturado de mar en este rincón de Andalucía y mi cuerpo lo nota. Cuando hago deporte mi sudor cae al suelo sin pausa, como si me hubiera dejado un grifo abierto. ¿Mi sudor es grande o pequeño? Este diálogo mudo con la atmósfera. ¿Y una luciérnaga? Anoche vi la primera de mi vida, disimulada coqueta e inútilmente en un montón de residuos vegetales que mi padre acumula bajo un pino. Su abdomen ardía con una luz de aurora boreal, ninfa o duende, deseo físico. La saqué de entre la broza con la cucharilla del yogur que estaba comiendo y observé su extravagancia. ¿Grande o pequeña? ¿Y mi asombro?


Unas se maquillan. Otras se ponen las estrellas en sus partes.


Ahora sí, pregúntame por qué. Le doy la espalda a lo que para mí es más fácil para encapsular en tres palabras torpes esa luz que parece de otro mundo y que, bendita sea, es de aquí. Voy siempre en pos de lo tímido. Sigo escribiendo para no ignorar.
 

1 comentario:

  1. La cuestión es cuando finalmente damos la espalda y a nadie parece importarle, o generarle problema alguno. Eso sí que es difícil de soportar.

    Saludos,

    J.

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