Se propaga como llamas por el pasto
crujiente, como una enfermedad infecciosa. Te roza apenas y permanece
en ti latente, hasta que ya no hay tiempo para remedios. Te socava,
tan sigiloso, abriendo galerías en tu ímpetu. Te seca, te vacía,
te vuelve opaco. ¿Has visto los corales muertos, los tristes
esqueletos blanqueados? El desaliento es tu particular cambio
climático.
Es también un correveidile, que siembra cizaña por donde pasa. Se burla de tu antiguo brío. Te vuelve contra lo mejor de ti
mismo.
Ridiculiza tus ilusiones de antes. Te indispone contra la esperanza.
Pecados de juventud, las llama. Emociones que hay que tratar con
herbicida, para que el corazón no se desgaste. Te hace entender que
llegada cierta edad, seguir creyendo es tan bochornoso como un rostro
congelado con bótox.
Madura, te exhorta. Ya no eres un
muchacho como para estar derrochando energía. Por mucho que te
empeñes no vas a corregir el curso del mundo. La gente no cambia. La
naturaleza no tiene arreglo. El poder todo lo devora. ¿No ves ese
cristal contra el que te estampas una y otra vez, pajarillo? Quédate como estás: en esta habitación aún queda oxígeno. Vuélvete
hacia tus cosas. No des más de lo que se te exige. Limítate a
cumplir con el mínimo. Levantarse cada día y poner buena cara ya es
bastante. Acostarte sin heridas ni preguntas. No intentes arreglar
los aparatos defectuosos por tu cuenta. Ya sabes lo que pasa: siempre
hay piezas que sobran.
El desaliento te dirá que sólo intenta
protegerte. Sabe usar el arma de la comodidad como gancho. Te
susurrará que la vida es una suma de inercias fijas. No puedes parar
un río con la mano. No puedes esforzarte sin descanso. Te advertirá
que no intentes forzar alianzas. Lógico: la pasión ajena se contagia; apatía y estímulos son enemigos. Te
convencerá de que la causa común es un mito. Los recursos del
planeta son limitados, y el bienestar que deseas para ti mismo no
puede ser compartido y permanecer a la vez intacto. Rescatará de lo
profundo, lo codicioso, el anhelo de ser hijo único.
Ahí está el parásito, insaciable en mi
entorno. Aquí estoy yo, resistiendo todavía. Debo de ser como una de esas
prostitutas de Gambia inmunes al SIDA. Créeme, no me estoy
pavoneando. No me jacto de fuerza, sino todo lo contrario. Siempre he
tenido huecos en mí como para que el curso del mundo me
atraviese sin causar demasiada avería. Más que belicosa, soy
adaptable. Te admiro por cada vez que le plantasta cara a un sistema
que engorda con la inoperancia. En cierto modo soy la custodia de tu
parte luchadora, ahora que el desaliento la embiste. Pero
escucha, no voy a permitir que esa chispa prenda en mi pasto. No creo
que puedas infectarme. A lo mejor es una cuestión metabólica: a
unos les sienta mejor el pan que la carne. Otros son capaces de
compaginar claridad y risa. Mi fe no mueve montañas pero al menos a mí me
sostiene. Mi fe en que, le pese a quien le pese, debo dar lo mejor de mí misma para superar el mínimo exigible.
OOLE!!
ResponderEliminarCAMPEONA!!
¡Cuánta falta hace escuchar/leer este tipo de cosas!
¡¡PLAS PLAS PLAS!!
Creo que puedes intuir de dónde surgió la chispa de este texto.
EliminarTe iba a pedir que resistieras, pero al final veo que no hace falta. ¡Bien!
ResponderEliminarParece que se llama resiliencia, esa capacidad. Pero me niego a meter ese palabro de moda en mis cosas.
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