lunes, 12 de junio de 2017

Contra el parásito


Se propaga como llamas por el pasto crujiente, como una enfermedad infecciosa. Te roza apenas y permanece en ti latente, hasta que ya no hay tiempo para remedios. Te socava, tan sigiloso, abriendo galerías en tu ímpetu. Te seca, te vacía, te vuelve opaco. ¿Has visto los corales muertos, los tristes esqueletos blanqueados? El desaliento es tu particular cambio climático.

Es también un correveidile, que siembra cizaña por donde pasa. Se burla de tu antiguo brío. Te vuelve contra lo mejor de ti mismo. Ridiculiza tus ilusiones de antes. Te indispone contra la esperanza. Pecados de juventud, las llama. Emociones que hay que tratar con herbicida, para que el corazón no se desgaste. Te hace entender que llegada cierta edad, seguir creyendo es tan bochornoso como un rostro congelado con bótox.

Madura, te exhorta. Ya no eres un muchacho como para estar derrochando energía. Por mucho que te empeñes no vas a corregir el curso del mundo. La gente no cambia. La naturaleza no tiene arreglo. El poder todo lo devora. ¿No ves ese cristal contra el que te estampas una y otra vez, pajarillo? Quédate como estás: en esta habitación aún queda oxígeno. Vuélvete hacia tus cosas. No des más de lo que se te exige. Limítate a cumplir con el mínimo. Levantarse cada día y poner buena cara ya es bastante. Acostarte sin heridas ni preguntas. No intentes arreglar los aparatos defectuosos por tu cuenta. Ya sabes lo que pasa: siempre hay piezas que sobran.

El desaliento te dirá que sólo intenta protegerte. Sabe usar el arma de la comodidad como gancho. Te susurrará que la vida es una suma de inercias fijas. No puedes parar un río con la mano. No puedes esforzarte sin descanso. Te advertirá que no intentes forzar alianzas. Lógico: la pasión ajena se contagia; apatía y estímulos son enemigos. Te convencerá de que la causa común es un mito. Los recursos del planeta son limitados, y el bienestar que deseas para ti mismo no puede ser compartido y permanecer a la vez intacto. Rescatará de lo profundo, lo codicioso, el anhelo de ser hijo único.

Ahí está el parásito, insaciable en mi entorno. Aquí estoy yo, resistiendo todavía. Debo de ser como una de esas prostitutas de Gambia inmunes al SIDA. Créeme, no me estoy pavoneando. No me jacto de fuerza, sino todo lo contrario. Siempre he tenido huecos en mí como para que el curso del mundo me atraviese sin causar demasiada avería. Más que belicosa, soy adaptable. Te admiro por cada vez que le plantasta cara a un sistema que engorda con la inoperancia. En cierto modo soy la custodia de tu parte luchadora, ahora que el desaliento la embiste. Pero escucha, no voy a permitir que esa chispa prenda en mi pasto. No creo que puedas infectarme. A lo mejor es una cuestión metabólica: a unos les sienta mejor el pan que la carne. Otros son capaces de compaginar claridad y risa. Mi fe no mueve montañas pero al menos a mí me sostiene. Mi fe en que, le pese a quien le pese, debo dar lo mejor de mí misma para superar el mínimo exigible. 
 

4 comentarios:

  1. OOLE!!
    CAMPEONA!!
    ¡Cuánta falta hace escuchar/leer este tipo de cosas!
    ¡¡PLAS PLAS PLAS!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que puedes intuir de dónde surgió la chispa de este texto.

      Eliminar
  2. Te iba a pedir que resistieras, pero al final veo que no hace falta. ¡Bien!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Parece que se llama resiliencia, esa capacidad. Pero me niego a meter ese palabro de moda en mis cosas.

      Eliminar