domingo, 16 de abril de 2017

Una pieza suelta (18)

Un día te levantas inclemente, más cansada o más lúcida, y entonces te das cuenta de que nada encaja en tu vida. Es una primera intuición errónea, pero al menos consigue por fin ponerte en la vía de la duda. A continuación puedes hacer lo de todos los días: cambiarte de acera. Rehuir como siempre tus intuiciones. Tienes cierto talento para ese arte. Podrías sacudirte la nueva visión de la cabeza, atarte bien la bata en torno al cuerpo y prepararte un té tan fuerte que no deje espacio en el paladar a otras amarguras. O podrías en cambio atender al verdadero mensaje. Colocarte de modo que te alcance en el pecho el tiro de gracia. Ya lo has demorado bastante. Estás cansada, estás lúcida, estás inconmovible respecto a tus propias argucias. Hoy es el día en el que definitivamente aceptas que tú eres la única pieza que no encaja.

A tu alrededor todo está bien. Tienes un trabajo aceptable. Una afición en torno a la cual vertebrar el tiempo libre. Un puñado de gente a la que al menos no tienes que explicar cada vez qué es un soro o un prótalo. Vives en una ciudad pulcra junto al mar, ordenada y a un par de horas en tren de paisajes que logran que todo se calle. En esa misma ciudad vive alguien cuyo nombre repites mentalmente con tal constancia que a veces lo confundes con tu propio pulso. Todo cabal, todo correcto. Salvo que nada de eso te reclama. Nada de eso te invoca, a la manera en que en el universo se invocan todos los objetos con masa. No eres la madre de nadie ni de nada. No eres urgente ni necesaria. En tu trabajo, en tu afición, en tu ciudad, o en tu grupo. A alguien le dolería en un primer momento que te perdieras de vista, pero lo terminaría agradeciendo a la larga. Alguien que te lo ha enseñado todo en el arte de esquivar conflictos.

Como ya no vas a darte tregua, repasarás cada una de aquellas miradas que te parecieron puertas de entrada, pasillos que llevaban a lo íntimo. Dobles sentidos a los que se les han marchitado las insinuaciones. Roces que a lo mejor sólo eran accidentes, o a lo mejor flores de un minuto, bellos híbridos improductivos. Desgranarás tus indicios y reconocerás lo endebles que eran. Podrían haber apuntado o no a una historia, y ese o no te pone la cara roja. ¿Se habrá dado cuenta él? ¿Habrá querido compensar con amistad y favores lo que no podía prometer sin mentirte? Oh, por favor, ¿le habrás dado lástima? Y si fuera todavía un o sí, si en verdad hubiera habido una historia: una de esas que no pasan nunca del prólogo, puntos suspensivos infinitos por culpa de la parálisis y la cobardía. ¿No sería mucho peor eso? Como una planta en un tiesto que crece y crece hasta agotar el sustrato.

Un día Betty se despierta inclemente y sabe que su tiempo en Dunedin, en la misma Nueva Zelanda, se ha agotado. Contempla a veces su propia vida con el deseo irrealizable de un fantasma. Nada en ella necesita de su concurso. No tiene peso ni raíces. La pertenencia no la ampara. En un universo sometido a la gravedad, ella se siente un objeto sin masa. Si no fuera por la tía Gwen, sería como un globo que escapa de la mano de un niño. Ella sigue siendo como un oasis que, en vez de agua y frescura, promete familia. La única persona que la sigue convocando. Ha llegado el momento de volver a intentarlo en Gran Bretaña. Puede que allí, de una vez por todas, se desarrolle la verdadera historia.

O puede que no. Todavía.

3 comentarios:

  1. Algunos pensamientos no se detienen hasta que no destruyen cada uno de los espacios que nos rodean y, ni siquiera, se detienen allí.

    Saludos,

    J.

    ResponderEliminar
  2. Betty, Betty: tan llena de dudas e inseguridades como cada uno de nosotros.

    ResponderEliminar
  3. "Dobles sentidos a los que se les han marchitado las insinuaciones. Roces que a lo mejor sólo eran accidentes, o a lo mejor flores de un minuto, bellos híbridos improductivos"

    ME ENCANTA!!!
    PLAS PLAS PLAS PLAS..... 😊

    ResponderEliminar