Un día te levantas inclemente, más
cansada o más lúcida, y entonces te das cuenta de que nada encaja
en tu vida. Es una primera intuición errónea, pero al menos
consigue por fin ponerte en la vía de la duda. A continuación
puedes hacer lo de todos los días: cambiarte de acera. Rehuir como
siempre tus intuiciones. Tienes cierto talento para ese arte. Podrías
sacudirte la nueva visión de la cabeza, atarte bien la bata en torno
al cuerpo y prepararte un té tan fuerte que no deje espacio en el
paladar a otras amarguras. O podrías en cambio atender al verdadero
mensaje. Colocarte de modo que te alcance en el pecho el tiro de
gracia. Ya lo has demorado bastante. Estás cansada, estás lúcida,
estás inconmovible respecto a tus propias argucias. Hoy es el día
en el que definitivamente aceptas que tú eres la única pieza que no
encaja.
A tu alrededor todo está bien. Tienes un
trabajo aceptable. Una afición en torno a la cual vertebrar el
tiempo libre. Un puñado de gente a la que al menos no tienes que
explicar cada vez qué es un soro o un prótalo. Vives en una ciudad
pulcra junto al mar, ordenada y a un par de horas en tren de paisajes
que logran que todo se calle. En esa misma ciudad vive alguien cuyo
nombre repites mentalmente con tal constancia que a veces lo
confundes con tu propio pulso. Todo cabal, todo correcto. Salvo que
nada de eso te reclama. Nada de eso te invoca, a la manera en que en
el universo se invocan todos los objetos con masa. No eres la madre
de nadie ni de nada. No eres urgente ni necesaria. En tu trabajo, en
tu afición, en tu ciudad, o en tu grupo. A alguien le dolería en un
primer momento que te perdieras de vista, pero lo terminaría
agradeciendo a la larga. Alguien que te lo ha enseñado todo en el
arte de esquivar conflictos.
Como ya no vas a darte tregua, repasarás
cada una de aquellas miradas que te parecieron puertas de entrada,
pasillos que llevaban a lo íntimo. Dobles sentidos a los que se les
han marchitado las insinuaciones. Roces que a lo mejor sólo eran
accidentes, o a lo mejor flores de un minuto, bellos híbridos
improductivos. Desgranarás tus indicios y reconocerás lo endebles
que eran. Podrían haber apuntado o no a una historia, y ese o no
te pone la cara roja. ¿Se habrá dado cuenta él? ¿Habrá querido
compensar con amistad y favores lo que no podía prometer sin
mentirte? Oh, por favor, ¿le habrás dado lástima? Y si fuera
todavía un o sí, si en verdad hubiera habido una historia:
una de esas que no pasan nunca del prólogo, puntos suspensivos
infinitos por culpa de la parálisis y la cobardía. ¿No sería
mucho peor eso? Como una planta en un tiesto que crece y crece hasta
agotar el sustrato.
Un día Betty se despierta inclemente y
sabe que su tiempo en Dunedin, en la misma Nueva Zelanda, se ha
agotado. Contempla a veces su propia vida con el deseo irrealizable
de un fantasma. Nada en ella necesita de su concurso. No tiene peso
ni raíces. La pertenencia no la ampara. En un universo sometido a la
gravedad, ella se siente un objeto sin masa. Si no fuera por la tía
Gwen, sería como un globo que escapa de la mano de un niño. Ella
sigue siendo como un oasis que, en vez de agua y frescura, promete
familia. La única persona que la sigue convocando. Ha llegado el
momento de volver a intentarlo en Gran Bretaña. Puede que allí, de
una vez por todas, se desarrolle la verdadera historia.
O puede que no. Todavía.
Algunos pensamientos no se detienen hasta que no destruyen cada uno de los espacios que nos rodean y, ni siquiera, se detienen allí.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Betty, Betty: tan llena de dudas e inseguridades como cada uno de nosotros.
ResponderEliminar"Dobles sentidos a los que se les han marchitado las insinuaciones. Roces que a lo mejor sólo eran accidentes, o a lo mejor flores de un minuto, bellos híbridos improductivos"
ResponderEliminarME ENCANTA!!!
PLAS PLAS PLAS PLAS..... 😊