sábado, 22 de abril de 2017

La (dudosa) timidez de los árboles

La ciencia me resulta de lo más tierna cuando se pone poco científica: cuando se mete en el bazar del corazón, tan lleno de saldos y ropa revuelta, para nombrar fenómenos que se suponen objetivos. Resulta que algunos árboles de bosques o parques especialmente frondosos parecen seguir un patrón apocado y tienden a evitar que sus ramas contacten con las de los árboles vecinos. Ello genera que entre copa y copa se recorte un vacío por donde el cielo es cribado, una alternancia de árbol y no árbol que dibuja meandros, eses y hasta caligrafías de alguna lengua muerta. Los botánicos llaman a esto la timidez de los árboles, y a mí me da un poco la risa. Será porque en la escuela me domesticaron a fuerza de categorizaciones. Lo afectivo no se confunde con lo aséptico. El saber no ha de contaminarse con sensiblerías.

Me agradezco a mí misma haber desactivado esos escrúpulos, esa manía de plantar lindes entre puntos de vista no tan distintos. La ciencia y la poesía pertenecen a la misma especie y pueden por tanto aparearse y dar frutos y crías. Desde que se me puso el corazón verde, ya no puedo andar por el bosque sin escuchar rimas. Sin que el rocío y la savia y mis secreciones mentales se vuelvan una misma cosa.

Y sin embargo, leo acerca de la timidez de los árboles y se me pone cara de indulgencia. Automáticamente imagino a quien describió el fenómeno como a una criatura desvalida y sin armas frente al despiadado mundo. A mí, que he sido tímida a un nivel patológico y que todavía llevo encima lo mío, nunca se me hubiera ocurrido cargarle a los árboles el peso de mi insuficiencia. No me cabe en la cabeza que ambos términos puedan ir en una misma frase. Árboles. Timidez. A quién ha podido ocurrírsele. Yo no he visto todavía al primer árbol cohibido. Sí árboles chalados que se obcecan en arraigar en paredes de piedra. Sí árboles hospitalarios. Sí charlatanes. Seres tan sólidos y a la vez tan livianos que no temen que te acerques, que te dejan estar ahí debajo con tu falsa importancia y tu vandalismo latente.

Y he leído también de árboles que se comunican. Se dan noticias, se alertan, se sincronizan. Se conectan mediante redes tan sutiles y ubicuas como nuestros sistemas de comunicaciones virtuales. Hablan sin parar idiomas indescifrables. Y como la ciencia no da con la piedra Rosetta que los traduzcan, nos atrevemos a personificarlos. A la distancia entre árboles se le da una connotación mustia, igual que a la distancia entre humanos. Porque quien se atreve a decir que la timidez es hermosa es que siempre la ha contemplado desde afuera y arriba, desde la posición fanfarrona con que se estudia a las larvas.

Vemos árboles que no se tocan y pensamos en seres retraídos. No en una forma elegante de colaboración y respeto, no en espacios que no tienen propiedad y por tanto pueden ser compartidos. Me alejo un poco de ti no porque te tenga miedo o porque malinterpretemos la compañía, sino por deferencia: el espacio que te rodea está impregnado de tus mensajes, y si yo lo usurpo podré entenderte sólo a medias.

Para captarnos debemos dejar canales de silencio abiertos. Eso es lo que me dicen árboles nada tímidos cuando paseo o me siento bajo ellos.


Los de mi barrio se toquetean como quinceañeros.

12 comentarios:

  1. De tus entradas más hermosas... a aguantar lágrimas... https://youtu.be/5zNMuhRYtz4

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas22 abril, 2017 22:55

    Apasionante...

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias, comadre de verdes techos...
    PRECIOSO!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sabes que acepto encargos con gusto y agradecimiento, así que dale a tu frondoso cerebro.

      Eliminar
    2. ufff! puede derraparme la neurona tela!
      Eso de soltar la bola y que se la trabaje otra, es mucho morro por mi parte...
      Aunque esta vez el resultado va sido magistral!

      Eliminar
    3. Daleeee. Veo tu morro y subo la apuesta.

      Eliminar
  4. No se tocarán por sobre la tierra, que debajo de ella, sus raíces, son un festival de toqueteos...

    Saludos,

    J.

    ResponderEliminar
  5. Te escribo, mujer de bosque, desde la sala de profesores del instituto donde trabajo. Veo árboles dispuestos uno al lado del otro meciéndose al viento. No sé qué dirían ellos de los árboles tímidos. A mí se me ocurre pensar en árboles generosos que no se tocan para dejar filtrar un poco de luz, un poco de sol... A mí me llaman especialmente la atención esos árboles profundos y serenos que, a veces, parecen llamarme a su lado buscando un abrazo entre un ser de dos patas y uno de múltiples raíces. Sea como sea, qué hermoso poder pasear, dormir, sentarse a su lado... ¡Gracias por tus palabras!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias siempre a ti, Dolors. Me pongo toda blanda y alegre si me llamas mujer de bosque.

      Eliminar