sábado, 8 de abril de 2017

Hablar de correr sin disculparme

Correr.

Oh, vamos.

¿Va a ser este un texto entre tantos? ¿Uno puramente bloguero? O sea: la expresión de una vida irrelevante que mediante la publicación se imagina singular y digna. Internet está alicatado de relatos sobre el correr entendido como revelación, vía de luz o catarsis. Empiezas a correr, y luego hablas de que corres, y lo haces con la misma familia de palabras que las que usó el ángel de la Anunciación con la Virgen María. Sin darte cuenta de que estás sumando una voz más, tu voz no tan particular, a un estribillo masivo.

¿O va a ser más bien un texto esnob? ¿Uno de tono ligeramente burlón o condescendiente? Oh, sí, los blogs: ese paisaje desmesuradamente llano y atestado de parcelitas, cada una con su casa y su árbol y su columpio para los niños, una infinita zona residencial de Texas. El running, oh, sí, cómo no: la enésima fiebre gregaria en un estilo de vida que ha desdibujado al individuo.

Pues...no. No sé. Opina lo que prefieras. Lo único que quiero decir es que, desde hace unas semanas, corro. No mucho. Apenas. Mi marca está ahora mismo en diez minutos. Diría: una mierda, si este no fuera un sitio más o menos distinguido. Pero para mí son diez minutos de triunfo. Corro. Diez minutos. Seguidos. Internet es como el monte Testaccio de Roma: una colina artificial levantada con escombros de triunfos ínfimos. Nada de lo que diga me rescatará de la insignificancia. Ninguna frase agraciada o aguda maquillará el hecho incontestable de que soy un número. Una oveja más en el rebaño de los que corren. Para mí no tiene ninguna importancia. Nunca he tenido esperanzas de que la escritura fuera a convertirme en un objeto de lujo.

Por qué lo cuento entonces. Porque si no estructuro mi trivial experiencia de este modo, mi propia vida me sabe a dèjá vu escurridizo. Y por qué después lo comparto. Porque aunque todos hacemos y decimos lo mismo, y a todos nos duelen los mismos dolores, y nos reímos con los mismos chistes, en realidad estamos muy solitos.

Así que corro, y a las primeras zancadas me duele el tibial anterior porque mis rodillas son aparatos volubles. Corro, y no me ilumino ni me hago el amor a mí misma. Corro y sólo pienso en que se acabe de una vez por todas. Corro porque para mí es un acto gratuito. No lo hago por razones de salud o disfrute; no espero ponerme aún más maciza. Si quisiera inventarme una finalidad, correría como quien levanta barricadas en la calle. Alardearía de formar parte de una guerrilla urbana contra el coche y la silla y el movimiento pasivo. Pero ante todo es una guerra íntima: correr como toque a degüello contra mis propios prejuicios. ¿Así que has odiado toda tu vida correr? Corre. ¿Aún te duele y te avergüenza aquella criatura torpe que en la clase de gimnasia no daba pie con bola? Corre. Expurga los dolores falsos que nunca te sirvieron para que te declararan exenta. Di sí son las piernas a lo que siempre fue un no rotundo.

Corro porque mientras corro, corro y punto. No estoy en otro sitio más que dentro de unas zapatillas perfectamente improcedentes para mi tipo delirante de pisada. No escapo de mi ahora jadeante. No me dejo embaucar por oasis lejanos. No voy trazando planes. El futuro se jibariza y dura sólo los minutos de mierda que tengo hoy asignados. Tiempo y espacio adquieren las dimensiones de un lugarcito hogareño. El mundo no parece tan inhóspito cuando los horizontes quedan al alcance de los pies y las manos.

Corro porque creo firmemente en la propagación de los actos. Emprendes algo en un ámbito de tu vida y sus efectos se irradian hacia ámbitos aparentemente incomunicados. Una ramita seca cae en medio de la charca y la energía en forma de ondas llega hasta la orilla. Imitas coreografías en una clase colectiva de zumba y tu andar por el monte se hace más animal y leve. Escribes la vida de forma asidua y sorprendentemente cada vez te das menos importancia. Te empecinas en correr y quién sabe dónde terminará manifestándose ese empeño, bajo la forma de qué nueva claridad o firmeza. Con tus mínimos triunfos banales y gregarios, qué monte no se construye.

9 comentarios:

  1. Esto Nike lo bordó en aquella campaña donde una mujer corría en la carretera. Nada, nadie, solo tú y el camino.
    (No llevo bien lo de correr. Soy poco constante, eso si, en cuando puedo encadenar varios días seguidos el cuerpo lo agradece. ¡Suerte!)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo Era poco constante. Yo creo que ese cambio en el tiempo verbal es lo que me tiene enganchada.

      Eliminar
  2. Tú puedes escribir lo que te venga y hacer lo que te venga, anda co[...]na.
    Yo corrí en mi infancia mi dosis vital. Qué trauma me quedaría de aquellos entrenamientos del cole y las carreras infantiles campo a través que lo más que hago es andar monguer como Rajoy.
    10 minutos sin parar me parecen marcaza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues las gentes malvadas se me ríen de la marca, prima. Yo también acarreo trauma de los test de Cooper y las vueltas al patio del recreo, que ni Dante, vamos.

      Eliminar
  3. Vaya, ahora que eres toda una experta (juas, juas) podrás contestarme a una pregunta que me ronda desde que hago ésto que tú, tan malamente, como siempre, d-escribes. ¿Por qué si corro mientras escucho: https://youtu.be/lR9a_Z8OCrU (es un ejemplo no exclusivo) soy capaz de ir y volver a Sabadell (otro ejemplo) y si no escucho más que los zapatazos y mi respiración no llego ni a la Chana?. No, va... el ejercicio nos hace sentir vivos (tampoco es exclusivo). Y eso es mucho sentir, ¿no crees?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Malaje, juas, juas, ya llegaré a cumbres más dignas de orgullo. Pues me plantea usted un tema que va a generar polémica entre nosotros a un nivel "yo a esta tipa no la leo más nunca". Porque...a ver cómo lo meto sin que duela...tengo una fijación morbosa por trotar a ritmo de reguetón y sucedáneos igualmente chonis y pervertidos. ¿Huyo del ruido y por eso corro? No. Soy asín. Tengo mis taritas.

      O sea, necesito una playlist de reconciliación YA.

      Y luego, que no me apaño con las alforjas donde llevo el móvil. Pesa, bota, gira en torno a las caderas. Como el reguetón, vamos.

      Eliminar
    2. ¡Lavín!, duele hasta leerlo... ¿reguetón? juas, juas y requetejuas ¿la chica del blog intelectualoide-filosófico-existencialista? ¿la del blog que aconsejo por doquier?... tengo el dedo indice en la tecla de «bloquear a la imperfecta innombrable», pero dudo (lo de la playlist me ha llegado al alma)... por cierto, ¿conoce usted los, técnicamente, llamados «emepetreses con pinza»? Sirven para que no parezca ni Miss Bean ni la tía del butano con la maricona en la barriga. ¡Que no se lleva el móvil mientras se runnea! Lista de eso... ¡ya!. Ah, y bórreme o llámeme Mr. Ajo.

      Eliminar
    3. Mr. Ajo, lo dejo repetido porque, técnicamente, sus comentarios con B.S.O. puntúan doble. Y..Esto...Lo del mepetrés es como de principio de siglo, no? Pero que si usted me fábrica lista, yo busco aunque sea una gramola. Por cierto, acabo de llegar a los doce minutos. Por cierto, vuelva a llamarme existencialista- intelectualoide y lo bloqueo yo a usted. Y por cierto,https://youtu.be/JWESLtAKKlU. Requetejuaaaas

      Eliminar
  4. Vaya, ahora que eres toda una experta (juas, juas) podrás contestarme a una pregunta que me ronda desde que hago ésto que tú, tan malamente, como siempre, d-escribes. ¿Por qué si corro mientras escucho: https://youtu.be/lR9a_Z8OCrU (es un ejemplo no exclusivo) soy capaz de ir y volver a Sabadell (otro ejemplo) y si no escucho más que los zapatazos y mi respiración no llego ni a la Chana?. No, va... el ejercicio nos hace sentir vivos (tampoco es exclusivo). Y eso es mucho sentir, ¿no crees?

    ResponderEliminar