jueves, 30 de marzo de 2017

Llave mágica

 
Diez de la noche pasadas. Aún no me he quitado el uniforme. En mi piso alquilado suena el timbre. Es uno de esos sonidos que se han vuelto anacrónicos. Nadie llama ya a la casa de nadie, sin previo aviso por whasapp. He aquí otro intento de hacer sociología a partir de una experiencia propia. La verdad es que nadie llama nunca al timbre de mi casa.

La presidenta de la comunidad hoy sí, bendita. Casi todos los días oigo a través de los tabiques cómo toca el timbre también de la vecina que nunca sale y le pregunta cualquier cosa. Las veo con el ojo de la mente. Pijama de felpa frente a bata cerrada a la altura del cuello con mano de pájaro. Charlan durante un rato: voz firme y dinámica frente a trino quebradizo. Nunca sabré por qué no sale la vecina que no sale nunca, porque nunca seré lo bastante descarada, lo bastante compasiva, como para salir en pijama al descansillo a crear comunidad y llevar a la casa de una enferma mi olor de calle. Que la compasión sea un acto de osadía dice poco del mundo que habito.

La presidenta que merece su cargo no viene expresamente a darme charla, sino a traerme la nueva llave maestra. La que a partir del lunes abrirá las cuatro cerraduras que blindan el microhábitat de pasillos cortos e impolutos que compartimos. Llave maestra: diminuta excitación interna. Objeto mágico. La miro en la palma de mi mano. Grandona, dorada. Me cuesta un poco entender que sea una objeto inocuo, salido de un lugar tan prosaico y a la vez tan fabuloso como es una ferretería. Después miro a la presidenta. La gente en pijama me resulta bastante irresistible. Razón por la que me veo, uniformada y hambrienta de cena, buscando espacios comunes. Le pregunto por su madre de noventa años. Me pregunta por cómo anda el campo. Las dos guardamos llaves mágicas en nuestras manos.

Y a continuación viene algo obvio. Es cuando yo me pregunto cuál es la llave maestra que lo abre todo. ¿El amor? Pero el amor es una criatura tan ambigua, se puede confundir con tantas cosas, apetito, indigencia, afán de dominio... El amor a medio digerir a veces abre y otras veces cierra puertas.

¿La alegría? Sí, podría ser, esa responsibilidad de uno mismo hacia el hecho de estar vivo. Si no fuera porque a veces la alegría íntima linda con la autocomplacencia, y ese es un sentimiento que cierra herméticamente el acceso al dolor ajeno.

¿La atención a las cosas grandes y pequeñas? El cielo y los pulgones. Los ecosistemas en trance y mi dolor de cadera. La soledad y el palabreo incesante. La atención esmerada e ingenua, la que no categoriza ni juzga, vuelve permeables los muros, abre huecos en las fronteras, pero a veces me parece que atender sólo no basta; ser testigo sin más de las intimidades del mundo es como quedarse en el umbral de las puertas.

Hace falta la llave, sí, pero también hace falta sentir que la puerta se abre a algo tuyo. El árbol que admiras. La somnolencia conmovedora de la persona junto a la que te levantas. Los dos conductores que se pican delante de ti en la autovía. La cochinilla acanalada en los naranjos. Mi vecina que no sale nunca. Las migrañas. Para que todo se abra ante ti es necesario sentir que no eres diferente en esencia. Hace falta entregarse y a la vez apropiarse del mundo. Hospitalidad: esa me parece la llave maestra.

4 comentarios:

  1. Hay mañanas en las que leerte -sobre todo, cuando nos hablas de la vida, esta vida- se traduce en un mirarse en un encantador y restaurado espejo:
    https://youtu.be/XR9NLEr--Z0

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    1. Y así me hallo: intentando decidir si me gustan más sus canciones o sus comentarios. Gracias por ambos.

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  2. ¿Qué quieres decir con "hospitalidad". No me mandes al diccionario, eh...

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    1. Pues es lo que te mereces. Hospitalidad, chacha: acoger lo que venga, hacerle un hueco amoroso a las cosas aunque no tengas chispa hueco.

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