A mí Los Barrios me gusta. Cuando digo
esto a veces se me mira con extrañeza. A lo mejor porque el que
escucha piensa que estoy hablando en minúsculas y que, por tanto,
incurro en negligencias de concordancia y obviedades del tipo eso
es como todo (kriptonita del lenguaje). O sabe perfectamente que
me refiero a una localidad gaditana concreta y no le cabe en la
cabeza que un adulto en sus cabales pueda considerarla mínimamente
gustable. A veces declaro alegremente que no me importaría mudarme
allí, en absoluto. A veces las reacciones de la gente hacen que me
sienta muy cándida. Carcajada. Estupor sarcástico. ¿Los
Barrios? Como quien dice: ¿el desierto de Mojave?
No importa que la abracen los bosques más
arrebatadores de esta tierra árida. Da igual que un nudo apretado de
comunicaciones la lleve de la mano a arrejuntarse con una historia
bien larga, geoestrategias, leyendas fundamentales del Mediterráneo.
Los Barrios, boquete sin chispa, músculo o gracia. Es una opinión
bastante extendida por las comarcas vecinas, amigos.
Yo me quito esas opiniones de encima como
si fueran pelos de gato. Los Barrios me gusta aunque su caserío le
dé un aire a un montón de piezas del Monopoly. A mí es que
la arquitectura física ya apenas me interesa. Me gusta porque para
mí siempre es un lugar de encuentros amables. Desde allí a menudo
parto a renovar mis nupcias con lo frondoso y lo verde. Allí vuelvo
después con los pies molidos y el corazón burbujeante. Con la
mansedumbre que siempre produce recobrar la faceta menos postiza de
tu naturaleza. Allí, chocar unas cañas bien frías a la salud de
las propias piernas. Allí, regalarte el placer esta vez no culpable
de los pasteles más ricos que ha catado mi experimentada lengua.
Allí, compartir cogorzas clorofílicas. Allí, querer a todos los
críos que, soberanamente descuidados por y de los adultos, giran
como satélites en torno al templete, alzados en cualquier clase de
ruedas. Allí, café con amigo al que veo de año en año. Allí,
recreo intermitente y seguro.
Y también allí un parque dedicado no a
una noción abstracta o a un preboste, sino a una retraída
extranjera devota de las plantas. Hace poco más de un mes pasé
junto a él con mi hermana. ¡Eeeh, parque Betty!, dijo ella,
con su mejor voz de dibujo animado. E inmediatamente: ¡¡eeeeh,
¿pero qué mierda está pasando con el libro?!! Yo intenté
explicarle lo que pasaba: que había llegado a una especie de
solución de compromiso entre un marido y un amante. Que no era capaz
de abandonar la relación cómoda, íntima y estable que mantengo
desde hace más de cinco años con este blog para echarme en brazos
de un proyecto literario incierto como un idilio. Que mi matrimonio
creativo se estaba quedando sin leña ni chispa. Que por eso se me
había ocurrido meter en la cama conyugal al querido: este apaño de ir publicando embriones de mi pretendido
libro sobre Betty Molesworth (y sobre muchas otras cosas) para ver si había opciones de que gustasen y pudiera nacer de ellos algo. Que tal vez no tenga yo
suficiente capacidad de sacrificio y de entrega como para darme a un
solo tema a largo plazo.
Tras una versión balbuceante de esto, el
desapego hidalgo de mi hermana añadió solamente: pues yo quiero
libro. Toma, y yo quiero no tener trabajo y que no me chifle leer
o salir al monte, ni comer como los señores feudales, ni bajar a la
playa, ni ir de flor en flor, ni hacer deporte, ni gandulear ni
ensimismarme. Yo quiero libro y pasiones intensas y una Penélope
esperando mi vuelta de la guerra de Troya. Quiero un hermoso montón
de páginas que puedan tocarse y olerse, y quiero mantener también
mis confianzas virtuales. Quiero reproducir a Betty y quiero seguir
encontrando a algunos de mis seres tangibles favoritos en Los
Barrios.
Y por eso no se me ocurre otra que ir
sirviendo tapas de mi hipotético libro. Si te interesa mínimamente,
ahí a la izquierda tienes una etiqueta llamada Betty. Sólo
hay que leer entradas de la más antigua a la más moderna y hacerte
a la idea de que vives en los tiempos de las novelas por entregas o
de que estás viendo una serie de Netflix.
Jo! ahora no tengo claro si eres tú la persona dichosa que tiene la suerte de tener un pueblo al que volver en vacaciones o Betty, que ahora iré a conocerla, palabrita.
ResponderEliminarSalud!
¡Anda que vaya trío tan curioso que te has montado!
ResponderEliminarYo digo lo que tu hermana: quiero libro, tocarlo y olerlo, pero comprendo que tú quieras tocar y oler, ver, patear y disfrutar todo lo tangible que tengas a mano, así que iré "tapeando" que por ahora me encanta.