miércoles, 4 de enero de 2017

El apaño


A mí Los Barrios me gusta. Cuando digo esto a veces se me mira con extrañeza. A lo mejor porque el que escucha piensa que estoy hablando en minúsculas y que, por tanto, incurro en negligencias de concordancia y obviedades del tipo eso es como todo (kriptonita del lenguaje). O sabe perfectamente que me refiero a una localidad gaditana concreta y no le cabe en la cabeza que un adulto en sus cabales pueda considerarla mínimamente gustable. A veces declaro alegremente que no me importaría mudarme allí, en absoluto. A veces las reacciones de la gente hacen que me sienta muy cándida. Carcajada. Estupor sarcástico. ¿Los Barrios? Como quien dice: ¿el desierto de Mojave?

No importa que la abracen los bosques más arrebatadores de esta tierra árida. Da igual que un nudo apretado de comunicaciones la lleve de la mano a arrejuntarse con una historia bien larga, geoestrategias, leyendas fundamentales del Mediterráneo. Los Barrios, boquete sin chispa, músculo o gracia. Es una opinión bastante extendida por las comarcas vecinas, amigos.

Yo me quito esas opiniones de encima como si fueran pelos de gato. Los Barrios me gusta aunque su caserío le dé un aire a un montón de piezas del Monopoly. A mí es que la arquitectura física ya apenas me interesa. Me gusta porque para mí siempre es un lugar de encuentros amables. Desde allí a menudo parto a renovar mis nupcias con lo frondoso y lo verde. Allí vuelvo después con los pies molidos y el corazón burbujeante. Con la mansedumbre que siempre produce recobrar la faceta menos postiza de tu naturaleza. Allí, chocar unas cañas bien frías a la salud de las propias piernas. Allí, regalarte el placer esta vez no culpable de los pasteles más ricos que ha catado mi experimentada lengua. Allí, compartir cogorzas clorofílicas. Allí, querer a todos los críos que, soberanamente descuidados por y de los adultos, giran como satélites en torno al templete, alzados en cualquier clase de ruedas. Allí, café con amigo al que veo de año en año. Allí, recreo intermitente y seguro.

Y también allí un parque dedicado no a una noción abstracta o a un preboste, sino a una retraída extranjera devota de las plantas. Hace poco más de un mes pasé junto a él con mi hermana. ¡Eeeh, parque Betty!, dijo ella, con su mejor voz de dibujo animado. E inmediatamente: ¡¡eeeeh, ¿pero qué mierda está pasando con el libro?!! Yo intenté explicarle lo que pasaba: que había llegado a una especie de solución de compromiso entre un marido y un amante. Que no era capaz de abandonar la relación cómoda, íntima y estable que mantengo desde hace más de cinco años con este blog para echarme en brazos de un proyecto literario incierto como un idilio. Que mi matrimonio creativo se estaba quedando sin leña ni chispa. Que por eso se me había ocurrido meter en la cama conyugal al querido: este apaño de ir publicando embriones de mi pretendido libro sobre Betty Molesworth (y sobre muchas otras cosas) para ver si había opciones de que  gustasen y pudiera nacer de ellos algo. Que tal vez no tenga yo suficiente capacidad de sacrificio y de entrega como para darme a un solo tema a largo plazo.

Tras una versión balbuceante de esto, el desapego hidalgo de mi hermana añadió solamente: pues yo quiero libro. Toma, y yo quiero no tener trabajo y que no me chifle leer o salir al monte, ni comer como los señores feudales, ni bajar a la playa, ni ir de flor en flor, ni hacer deporte, ni gandulear ni ensimismarme. Yo quiero libro y pasiones intensas y una Penélope esperando mi vuelta de la guerra de Troya. Quiero un hermoso montón de páginas que puedan tocarse y olerse, y quiero mantener también mis confianzas virtuales. Quiero reproducir a Betty y quiero seguir encontrando a algunos de mis seres tangibles favoritos en Los Barrios.

Y por eso no se me ocurre otra que ir sirviendo tapas de mi hipotético libro. Si te interesa mínimamente, ahí a la izquierda tienes una etiqueta llamada Betty. Sólo hay que leer entradas de la más antigua a la más moderna y hacerte a la idea de que vives en los tiempos de las novelas por entregas o de que estás viendo una serie de Netflix.

2 comentarios:

  1. Jo! ahora no tengo claro si eres tú la persona dichosa que tiene la suerte de tener un pueblo al que volver en vacaciones o Betty, que ahora iré a conocerla, palabrita.

    Salud!

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas05 enero, 2017 23:28

    ¡Anda que vaya trío tan curioso que te has montado!
    Yo digo lo que tu hermana: quiero libro, tocarlo y olerlo, pero comprendo que tú quieras tocar y oler, ver, patear y disfrutar todo lo tangible que tengas a mano, así que iré "tapeando" que por ahora me encanta.

    ResponderEliminar