martes, 13 de diciembre de 2016

La Croqueta del Bien y el mal

 
Las croquetas. 

 
No debo. De verdad. No. Oh..bueno, un mordisquito sólo. Qué demonios. Dame Más.

Las croquetas tienen la culpa de que cada vez tenga menos certezas. Son mi manzana del árbol prohibido. Mi tentación última. Mi pecado mortal y forzoso desde el punto de vista digestivo. No hay manera de que no me rinda a ellas. No hay manera de que no pague mi debilidad. Primero la caída voluptuosa y después el infierno de la dispepsia.

Las croquetas sabotean cruelmente la virtud de mi dieta. Por qué, oh, señor, por qué, si en el comer soy tan casta; si cumplo la mayoría de preceptos acerca de la vida sana; si apenas compro alimentos manipulados; si soy relativamente austera respecto a los azúcares y las grasas; si huyo de la obscena industria cárnica; si compro huevos de gallinas felices y verduras no tocadas por la mano pérfida de Monsanto; si hago deporte y me acuesto antes de las once; por qué entonces, señor, estoy tan delicada de la panza. Por qué no me dejas comerme nunca un churrito, unos callos con morcilla, unos calamares fritos, sin que mis vísceras se mortifiquen*.

La mujer vio que la croqueta era buena para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. (...) En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. (Génesis, 3:6-8, my way).

¡Ah, croqueta más astuta que todos los alimentos! ¡Croqueta de mil disfraces! De puchero, de bacalao, de rabo de toro o de setas. ¡Croquetas de choco, negras como el vicio! Me dejé convencer por ese demonio y los ojos se me abrieron al instante.

Fue por culpa de mi relación pecaminosa con las croquetas que empecé a leer “La digestión es la cuestión”, de Giulia Enders. Un libro sobre intestinos. A veces en mi casa me miran raro. Lo entiendo: hay mil opciones de ocio más atrayentes a priori que repasar el proceso de fabricación de la caca. Pero ¿queréis saber una cosa? Es un asunto divertido y pasmoso. Quizás no me salve la vida ni la mucosa gástrica. Quizás tenga que asumir de una vez por todas la lección del Árbol, digo, la Croqueta de la Ciencia: no hay bien sin mal, ni placer sin dolor, ni paraíso de actos sin consecuencias. Pero leer libros como este me basta para tomar conciencia de mi desnudez y recuperar así la sensación de milagro.

Aprendo que soy un ecosistema. Que “a nivel celular, solo tenemos el 10% de ser humano y el 90% de microbio”. Que, allá donde voy, allá donde rozo, voy dejando una huella bacteriana única que resume mis experiencias, mis aficiones, mis encuentros o todos los accidentes aleatorios que de manera directa o indirecta me han terminado afectando.

Leo cosas como que “el mal humor, la alegría, la inseguridad, el bienestar o la apreocupación no nacen solo de forma aislada en el cráneo. Somos personas con brazos y piernas, órganos sexuales, corazón, pulmones e intestino. Durante mucho tiempo la cabeza ha acaparado la atención de la ciencia y hemos estado ciegos ante el hecho de que nuestro “Yo” es más que el cerebro”.

Y entonces dejo el libro a un lado, me tumbo en el sofá, y sin que yo tenga que guiarlas, mis manos acampan entre mi esternón y mi ombligo. Tengo la piel caliente. La croqueta se ha convertido en carbón para mis mitocondrias. Es tan asombroso que lo de ahí adentro funcione. Tan liberador que “yo” sea ante todo eso. Esa fábrica de calor, de movimiento y desechos. Ajá, dicen mis vísceras en su propio idioma. Un idioma sutil que la conciencia no entiende y que, frustrada, llama intuición o instinto. Ajá: yo-ecosistema abarca mucho más que el discurso de una mente. Todos los caminos llevan a esta Roma. Nada de lo que piense, o lo que opine o lo que sienta acerca de mí misma y del mundo tendrá asegurado mayor grado de certeza: mientras mi piel siga caliente, yo funciono. Pese a la indigestión o, de vez en cuando, las dudas sobre si hago o no lo correcto.


* Lo expresado en este párrafo encierra tanta verdad como lo revelado en un confesionario. Juzguen ustedes mismos.


2 comentarios:

  1. Es que es ... es maravilloso leerte hablar del mundo. Mmm, no, hablar de tus ojos viendo el mundo. Yo qué sé! Déjameeee, dame croquetas!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que tú y yo delante de un plato de croquetas podríamos levantarle la falda al mundo para ver si lleva bragas. Yo después moriría de ardores, pero merecería la pena.

      Eliminar