martes, 1 de noviembre de 2016

Eso que sólo tú haces

 
Llega un momento en que por fin asumes que ciertos aspectos de ti no pueden corregirse. La forma de tu pelvis. La incapacidad de retener nombres a la primera. Comenzar explosivamente los planes y quedarte sin gas a medio camino. Levantarte abatida de la siesta. Aceptas tus taras de fábrica y entonces es como si te absolvieran. Le quitas la faja a tu propia imagen retocada y te responsabilizas honradamente de tus chapuzas. Recuerdas que la Venus de Milo no tiene brazos. Admites que con frases como la anterior sólo llegarás a dominar la escritura de autoayuda.

Yo, por ejemplo, asumo que nunca podré domesticar mi glotonería de libros. Nunca me comportaré sobriamente con los que me gustan. Nunca los digeriré por completo porque soy voraz con ellos y me los trago antes de masticarlos como es debido. Nunca leeré como si cada libro fuera el elegido para la estancia en la dichosa isla desierta. Nunca tomaré apuntes. Nunca sabré analizar con rigor por qué ese libro en concreto me dejó huella.

Así que si yo no fuera una yonqui y una descuidada, ahora podría echar mano de una cita. Acudiría a mi libreta de notas literarias y recuperaría un pasaje de Tom Spanbauer sobre los gestos que definen inequívocamente a cada persona. Ahora es el momento pasó por mi cama, por mi sofá, por mis playas y por mis campos, y volvió para siempre a la biblioteca. Ya sólo me quedan ese aire de amor de verano y mis palabras.

Ese pasaje en cuestión se me agarró adentro. Puede decirse que me dejó preñada y ahora es cuando he salido de cuentas. En él el narrador de la novela describe a su mejor amiga a través de una serie de gestos casi imperceptibles que únicamente hace ella. Una manera de fumar característica. Quizás una forma de reír como si algo se despeñase, como si la alegría se confundiera con la desesperación, o viceversa, y ambas hicieran eco en las tripas. No busquéis esto en el libro; es de mi cosecha.

Gestos sutiles. Ademanes que singularizan. Huellas dactilares de tu conducta. Ese conjunto de pequeñeces tan indudablemente propias que ni siquiera tú identificas. Me pareció tal expresión de amor: esa manera de mirar y entender a alguien como quien dice “te reconocería en cualquier situación como las madres de las manadas reconocen a sus crías”. Y me dejó un tanto noqueada. Porque me hizo caer en que mi atención también tiene taras. ¿Tengo yo acaso una mirada así de penetrante, capaz de empaparse así de la excepcionalidad ajena? ¿Podría reconocerte en medio de la muchedumbre o la niebla? ¿Podría salir de mí y darme cuenta de lo que solamente yo hago? Comprendí que me relaciono con el mundo como con mi espalda. Sé que sigue ahí y la observo lo justo.

Sé que Jose canturrea mientras se lava los dientes. Sé que mi madre anda con una verticalidad de otro planeta. Sé que mi padre come pescado como si lo hubiera criado un duque. Conozco los timbres inconfundibles de las gracietas de mi hermana. Sé que yo me toqueteo la cabeza cuando hablo por teléfono con quien no tengo confianza. ¿Sirven estas chorradas que veo para definirnos? ¿Basta mi atención mediocre para recolectar y revelar lo raro y asombroso y disperso que es estar vivo? ¿Hay en mí amor suficiente?

¿O a lo mejor la torpeza al mirar es otro de esos aspectos que ya no se arreglan?

2 comentarios:

  1. ¿Hay en mí amor suficiente?... ¿tienes el valor de hacerte preguntas de ese tipo sin tenerle miedo a tu respuesta?.
    Tu entrada me ha llevado aquí:
    https://youtu.be/_G04b2sZvSM

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    Respuestas
    1. Me pongo de perfil, entreno pose de aviadora-años-20 y me digo: "yeah, baby". Lo tengo. Valor, amor - tal vez no el suficiente, pero sí una cantidad decentita - y miedo.

      (Pobre Hannaturi, cuántas duchas ha sufrido esa piel. La parte huhuhuhu...ha afectado a la mía)

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