jueves, 6 de octubre de 2016

Ropa al aire

 
Algunas de las palabras que empiezan por co-. No cohibición, ni coercitivo, ni cobardía. Sino el co- de la mano que se inserta naturalmente en otra mano, como si la evolución la hubiera ido tuneando con ese fin expreso. Co- en colaboración, cofradía, compartir, compañía. Corazón. Dos aurículas, dos ventrículos: un órgano múltiplo de dos.

Coincidencia y su co- ausente en serendipia. Probablemente la palabra más amanerada del diccionario. Que la define como: hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. En la Wikipedia leo que “se puede denominar así también a la casualidad, coincidencia o accidente”. Pero yo no creo que esta manera nuestra de encontrarnos sea fortuita. Tus aurículas y mis ventrículos han desarrollado una forma de convergencia. Ahí tienes otra de esas palabras que me gustan.

Y por eso ver ropa tendida nos conmueve a las dos. Hace muchas semanas que esta foto me hizo tilín. Un horizonte hecho de tela, la ausencia de paredes, la levedad como forma de cultura. La vi y me dije: estaría bien vivir así, tendiendo mi ropa a un par de metros sobre el mar y dejando que se seque al sol. Sin encogimiento ni estrecheces. Después vi tu foto de más ropa tendida, que ya no me hizo tilín: me enamoró. Me casaría con esa y con muchas de tus fotos. Me quedaría a vivir en tus paisajes de espacio y silencio. Soy una criatura bien adaptada a esos hábitats. Que este palabreo no te engañe.

La ropa tendida como fragilidad mostrada sin vergüenza. Intimidad que no se reprime. Trapos finos a fuerza de lavados. Fundas de almohada limpios de preocupaciones y babas. Bragas cada vez más cómodas y menos bonitas. Siempre que encuentro en el campo una de esas asombrosas camisas de serpiente pienso que de ahí ha salido un animal más grande y más fuerte. Cuando veo ropa tendida, erosionada y con arrugas, pienso qué cosa delicada y pequeña es una persona desnuda.

Pero ropa que se seca al aire libre. Que se mece con el viento y es absuelta por el sol. Sin ese último paso no queda igual de limpia, la suciedad no se indulta del todo, las toallas no huelen a casa antigua. Vivo en un piso diminuto y tiendo mis disfraces de puertas para adentro. A veces me olvido de las noticias, me pongo dramática y me digo que vivir así es indigno. No es para tanto, ni siquiera cuando una falda limpia coge olor a curry. Pero sí tengo nostalgia de azoteas: vals de sábanas, gaviotas gritando, bosque de antenas sobre bloques claros y planos. Esa fe cursi de que algo del mar se ha quedado en mis telas. De que mi ropa ha formado parte de los ciclos de la naturaleza. 


Esta foto es mala y es mía. Pero tiene justo seis años: mis sábanas aún se acuerdan del verde.
 

Amo eso en tu foto y en la otra: esa familiaridad con el aire, ese poner a secar tus cosas afuera sin temor. Se parece a hablar y a escribir de esta forma, de ventrículo a aurícula. Se parece a conocerse. Otra de esas palabras que empiezan por co-.


2 comentarios:

  1. :_)

    "Cualquier cosa bajo el sol, una vez tocada por la vida/ sol/ está imbuida de poderes sobre la muerte - - " (en una peli de Mekas)

    ResponderEliminar