miércoles, 19 de octubre de 2016

Mi mente en bata de estar por casa

 
Me pregunta si me sigue pareciendo atractivo. Pues no, le respondo. ¿No? Que no, tío.

Me pregunto si le sigo pareciendo fiel a las mentiras piadosas. Yo sé que pese a las dobleces y la dispersión y los olvidos, tengo bastante buen fondo, así que no tengo por qué desconfiar de mis intenciones. No tengo que echarle salfumán a lo que pienso. Y por eso le digo que nosotros ya nos hemos pasado muchas estaciones de la fase en que nos resultábamos atrayentes. Nos conocemos mucho, es eso. Del derecho y del revés, por dentro y por fuera. Algo que atrae es algo que está lejos. Y nosotros estamos generosamente cerca. El atractivo es una forma de eufemismo: una manera de asimilar decorosamente que lo que deseas es intimar lo más posible. Eso nosotros lo hemos conseguido. ¿Cómo podría considerar atractiva, en vez de esencial, a mi mano izquierda?

A lo mejor sólo yo veo la conexión, pero algo parecido me pasa a mí con lo que guardo en la mente. Estoy compadreando de tal manera con mi psique que su hechizo se ha roto. He adquirido una nueva familiaridad con ella. Sin saberlo todo, ahora la conozco lo bastante como para saber que lo que ahí dentro bulle y lo que en el fondo soy no son la misma cosa. Mi mente es un gato doméstico que se cree el amo del mundo, pero que no puede pasar sin sus croquetitas. El abuelo que te hace poner los ojos en blanco y al que adoras.

Mi mente es un órgano fundamental que falla como me fallan los ojos. Tiene cicatrices del aprendizaje. Fijaciones. Atajos. Sesgos. Automatismos. Deformaciones. Me gusta haber llegado a ese punto de entendimiento con ella. Saber que cría pelusa en su ombligo, que deja la almohada perdida de baba cuando duerme y que tiene pelo en zonas demasiado escabrosas. Me gusta interpretarla así exactamente: como parte imprescindible e imperferta de un todo, como mi corazón y mi hígado. Como tu madre o tu padre a la edad en que aprendes a distinguirlos de ti misma.

Y la verdad es que siento una nueva libertad ahora que mis paisajes mentales ya no me subyugan; ahora que sé que Silvia es algo más que la suma de impulsos nerviosos y de humores; ahora que soy capaz de escucharme y hablarme con la ironía que se destina a los muy íntimos. Eso que pienso es una simplificación y una chorrada. Esa opinión, mera costumbre. Esa emoción, una trampa de las hormonas.

Me he habituado a mi subjetividad lo bastante como para que ya no me resulte atractiva o infalible. Y estoy contenta con esa progresión en nuestras relaciones. La confianza siempre libera, desenreda, redime, perdona.

5 comentarios:

  1. En total desacuerdo. Lo que no nos parece atractivo deja de tener interés. La confianza además hace que encontremos además un atracctivo especial. Si no... ¿de qué ibamos a seguir con alguien o algo que no nos ofrece atractivo? Si no ofrece atractivo ninguno es algo que nos repulsa (¿estará esto bien escrito?) y si es así y lo mantenemos con nosotros... es que somos tontos o tenemos tendencias masoquistas (que también puede tener otro tipo de atractivo.)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mucho "además" hay en la tercera frase. Cada "fia" escribo peor.

      Eliminar
    2. :))), Pero criatura alada, no me refería al atractivo general de las personas, que gracias a la variabilidad humana es sutil, cambiante y multiforme. Sino a ese tipo de atractivo físico que es como una bofetada y que se siente más bien hacia personas inaccesibles. Luego hay la atracción distinta hacia la carne favorita, más que bofetada te atrapa como si el aire entre medias estuviera lleno de brazos.
      Y "repele" me suena mejor.

      Eliminar
    3. Repele... ¡No daba con ella!
      Quizá es la pregunta? Será que estoy acostumbrado a otro tipo de términos. En mi barrio seguramente la pregunta sería: ¿Yo a ti te pongo? (La verdad sería ¿Yo a ti te pongo bruta? - También puede cambiar bruta por burra, calentona, o algún derivado que se le ocurra.)

      Eliminar
    4. Te pongo bruta...Me encanta.

      Eliminar