sábado, 22 de octubre de 2016

La distancia adecuada*

 
Coño. No hay palabra mejor para nombrarlo. Todas las demás son ridículas, infantiles o merecedoras de un guantazo. La costumbre tiene la culpa de que no sea palabra bonita. No es tan diferente de paño. Y sin embargo, esta sí aparece en mi diccionario de sinónimos. El triángulo que corona tus piernas no merece un puesto entre los asuntos que se nombran de cinco o diez formas inocuas.

Pero cuando un coño desconocido invade tu campo visual no te pones exquisita con semánticas. Uno veterano y frondoso que recuerda a las parcelas cuyo cultivo se abandona y que el matorral recupera. A la distancia de un palmo cuesta imaginar que un pedazo de pelo crespo cargue con el peso de tanta literatura y tanta leyenda negra. Que se le dediquen suspiros, poemas, insultos y chistes verdes. Este no me parece amenazador o mítico. Solamente está demasiado cerca.

Y no es que me suponga un gran problema. Si tras desatarme las zapatillas y recuperar la vertical me diera de bruces con cualquier otro trozo humano sentiría igualmente que mi espacio propio se ha confundido más de la cuenta con el del vecindario. En realidad prefiero toparme con un coño que con un talón calcáreo o una señora que se corta las uñas. Me gusta haberme colocado en una coordenada vital en la que no caben remilgos físicos. Pero también me gusta que el prójimo no me tome al asalto si no es necesario.

Y en el vestuario de un gimnasio a veces el prójimo asedia. De repente el sujetador empapado que acabo de quitarme hace juego con unas bragas ajenas. Hay otro par de zapatillas donde me tocaba poner las mías. Una mujer le cuenta a otra cómo espía los chats de Whatsapp de su inminente exnovio. Una cicatriz se lleva por delante las ínfimas ganas que hubiera podido tener de operarme las tetas. Una bolsa deportiva gigantesca me hace desear que se extingan los pumas.

Interacciones que sacan tu lado felino y arrancan de tu garganta un bufido casi audible. Si no tuvieras cierta conciencia de tus gestos fulminarías con la mirada como Medusa. Defenderías tu territorio a topetazos. En lugar de eso decides hacer un ejercicio de paciencia. También en la región del cerebro que dirige la interacción social tendrás agujetas mañana.

Lo haces porque sabes que buena parte del drama humano se basa en la difícil dosificación de las distancias. En Oriente Próximo como en tu casa. Amantes que están demasiado lejos. Parejas que se han cargado todas las fronteras y de vez en cuando desean emprender su brexit y suspender todos los tratados. Padres que no dicen nada de su infancia. Cercanías postizas. Intimidades que no se crean. Vecinos que saben demasiado. Caracteres tan invasivos que alzan una pata y se mean en tu silencio. Deseo inútiles que te queman. Vecinos que sólo se enteran de la soledad que había tras el tabique cuando un cadáver apesta. Alguien que tropieza contigo y te confunde con una farola. Alguien que se marcha y convierte la lejanía en nunca. Cuerpos tan próximos e infranqueables como maniquíes. Coños en primer plano que no cuentan nada de ardor o de niños.

Manejamos tan mal los espacios relativos que la tribu se devoraría a sí misma sin pequeños ejercicios de tolerancia.


*Esta canción. Es como cuando te duchas y  te das cuenta sólo entonces de que tienes las piernas arañadas.

2 comentarios:

  1. Coño siempre se usa de forma despectiva ahora cuando algo es maravillosamente genial,es "la polla".
    La distancia adecuada esta en uno mismo, personas que están muy cerca te parecen lejanas y personas que están muy lejos te parecen muy cercanas,el ser humano es experto en poner distancias.
    Coño!!! Que bien escribes (aunque también podría haberte dicho es la polla lo bien que escribes)y es que todo depende de los ojos con que se mire

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    1. ¡Gracias, órgano sexual indiferenciado!

      Que lo verdaderamente suyo es que lo de entre las piernas se quedara ahí en su buen sitio, y dejara de ser una medida de valor.

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