sábado, 29 de octubre de 2016

El feo mármol



Un día de estos, mañana o pasado, se pondrán ropa de batalla e irán al cementerio con flores de mentira y estropajos. Yo no haré ni un comentario controvertido, diosmelibre, porque cada uno batalla con la disolución y el recuerdo como puede o le da la gana. Tampoco voy a pasarme de circunspecta. A lo mejor el día de los santos no trata siquiera de reglar de alguna manera lo ingobernable, de darle una pátina social a lo salvaje, o de asumir lo que personalmente no es digerible. A lo mejor esto tiene que ver con los muertos tanto como la merienda con el hambre. Mi galletita o mi fruta vespertina es una necesidad creada por mi madre que yo he mantenido por costumbre. Y limpiar lápidas un día señalado del año es una herencia que te ata a una madre concreta y que mantienes porque lo que crece en torno a ese vínculo fragua en cemento y es casi imposible arrancarlo.

No se me ocurrirá opinar que lo que impide que esa tradición se desmorone es el ojo de las vecinas. Ni diré que la limpieza en los pueblos es un asunto que Moisés debió de borrar accidentalmente de sus tablas. No polemizaré acerca de unos usos sociales que, aunque fariseos, no le hacen daño a nadie. Allá cada uno con su día de fiesta.

Pero a cambio espero que el que pregunta por mis tumbas no me mire como si mi corazón bombeara veneno de araña en vez de sangre. Yo no me sé el plano de ningún cementerio. No sé dónde mis abuelos están enterrados. Podría haber tenido alguna vez esa curiosidad, pero francamente querida. Las lápidas me parecen horrendas. Mi cerebro no sabe tratar de otra forma el asunto. Es incapaz de dotar de personalidad al mármol. Si un día terminara visitando esas tumbas, mi neutralidad me haría sentir tarada, o instintivamente se me ocurriría un chiste.

Qué poco familiar soy, me dicen. Pero esta indiferencia no tiene nada que ver con mis apellidos. Es simplemente que no soy necrófila. No me alimento sentimentalmente de carroña. Espero que esa palabra no ofenda. Es mi modo de expresar que el lugar que señala los huesos de mis parientes no es familiar conmigo. El mármol se interpone entre sus restos y mis vivencias. Aunque no haya casa más grande que la de la muerte, ese lugar marcado con sus nombres no me albergaría ni lo podría sentir como algo mío. Tal vez he visto en el trabajo demasiados animales muertos, en todos los estados de podredumbre posibles, como para concebir un tratamiento ritual de los restos.

El lugar de mis muertos, los que cuento por ahora y los que iré cosechando, está donde los tuve vivos. Su zumbido pervive en una esquina del pueblo, en el patio de su casa, en un portal de vecinos. En las cafetería donde merendábamos. En una caja de botones, en los limoneros del huerto, en una fuente para el asadillo. Y esos sitios yo, de vez en cuando, también los adorno y los limpio.

8 comentarios:

  1. "El lugar de mis muertos (...) está donde los tuve vivos"
    Esa frase podría definir todo un sentimiento por el cual los cementerios carecen por completo de sentido y de lugar. Pero continúan siendo un gran negocio, porque, por decirlo así, todos morimos.

    Suerte,

    J.

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    1. Me gusta esa frase con la que inicia el comentario.

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    2. "¿Por decirlo así?" Diplomacia convertida en arte.

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  2. Recién abrimos la tumba familiar. Por desgracia. Y nadie se acordó de llevar unas flores. Y nadie cura esa pena, ese olvido...

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    1. Yo creo que la misma pena es una flor. Suena horriblemente cursi, pero.

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  3. A mi me gustan los cementerios. ¡Que le vamos a hacer! No dejan de ser una pequeña estructura arquitectónica donde algunas personas, no el muerto a no ser que lo haya encargado con antelación, dejan una parte de sus gustos, de sus intereses y eso como social tiene su aquel.

    (Como con los vinos, nunca se justificar claramente mis gustos.)

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    1. No se justifique. Si a usted le gusta, déjese de chorradas de notas de cata. A mí los cementarios me parecen simplemente feos de ver. Y casi todos los vinos me gustan, así, a a lo bruto. Es superficial, lo sé, pero es honesto.

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  4. El día de los santos voy al cementerio, en el pueblo; y lo recorro entero rezando. Busco a los míos, y miro las fotos de los que ya no están, buscando los en mi cabeza vivos...cada vez conozco a más

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