“¿Eso es un..?” Cruzamos la mirada y
nos callamos. Inclinamos los dos el cuello para adoptar una bonita
actitud de escucha. Si es lo que pensamos, volveremos a oírlo,
porque en la naturaleza hay sonidos que son como la luz de un faro.
Cortan la noche, se interrumpen y luego vuelven a trazar otro
círculo. Y te hacen sentir como si navegaras en un barco, en el
momento crítico de aproximarte a casa. El lugar que es a la vez un
deseo de llegar y un peligro. Esos sonidos – faro siempre te ponen
a las puertas de algo.
No nos hace esperar mucho. Tres sílabas
cortas que se solapan y una larga, a punto de quebrarse. Ulular.
Es una de esas palabras que apenas se usan, y cuando toca, te sientan
como una joya heredada. Claro que sí, es un cárabo. Con su voz
profunda y rica. Hay bichos que suenan planos, estridentes o
mecánicos. Este parece como si se hubiera fabricado un instrumento
con una cañita y lo estuviera soplando. Tiene cambios de carácter,
matices. A veces parece arrogante, otras asustado. O al menos así le
suena al oído humano. Que ya sabemos cómo destiñe.
Como no estoy nada asustada, a mí me
parece que cuando este cárabo se queja, en realidad se está
parodiando. Haciendo un numerito. Ni él ni yo comprendemos que su
canto remita todavía a algún recelo atávico. Noche. Espesura.
Fiera. El cárabo es el sereno de lo salvaje: el hombre lo escucha y
rápidamente intuye que debería estar en otro lado. Cerca del fuego
o bajo techo, pegado a su propio rebaño. ¿Te acuerdas? Eso es lo
que parece decirme.
Por eso me recuesto en la hamaca, cierro
los ojos y trato de acordarme de algo. Es difícil, porque ese algo
está enterrado en el fondo genético de la especie. Cómo era estar
emparentado aún con las bestias. Vivir a oscuras y consolarse con la
luna. Dormirte con el miedo a los lobos. Adentrarte en el bosque con
reparos. Carecer todavía de la arrogancia del jefe. Admitir la
existencia de poderes más fuertes que el tuyo y el de tu grupo.
Sentirte inseguro, no porque no te acepten o no seas lo bastante
apto, sino por temor a ser devorado.
¡Tan difícil! Estoy en mi porche, huele
a jazmines, dentro de la casa mi padre ve una película a todo
volumen. Los coches se persiguen por la autovía. Las estrellas no
alumbran tanto como las luces de las urbanizaciones vecinas. Qué
demonios hace un cárabo en este ambiente litoral y suburbano. El
bosque no queda lejos, pero parece que ambos nos hemos despistado.
O no, porque el cárabo es un bicho
dúctil. Aunque es una especie forestal, puede vivir en parques y en
casas de campo. Es un trocito de bosque portátil. A lo mejor la
pertenencia es otro de esos prejuicios que destiñen. Este es tu
sitio, este es el mío, nos decimos a nosotros mismos y se lo decimos
también a todo lo que no es humano. Pero sólo en la mente los
límites son impermeables. Lo salvaje, lo natural, si lo prefieres,
sigue enterrado en el desván de las células, y puede brotar en tu
salón o en medio de cualquier atasco.
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