martes, 6 de septiembre de 2016

Cárabo


¿Eso es un..?” Cruzamos la mirada y nos callamos. Inclinamos los dos el cuello para adoptar una bonita actitud de escucha. Si es lo que pensamos, volveremos a oírlo, porque en la naturaleza hay sonidos que son como la luz de un faro. Cortan la noche, se interrumpen y luego vuelven a trazar otro círculo. Y te hacen sentir como si navegaras en un barco, en el momento crítico de aproximarte a casa. El lugar que es a la vez un deseo de llegar y un peligro. Esos sonidos – faro siempre te ponen a las puertas de algo.

No nos hace esperar mucho. Tres sílabas cortas que se solapan y una larga, a punto de quebrarse. Ulular. Es una de esas palabras que apenas se usan, y cuando toca, te sientan como una joya heredada. Claro que sí, es un cárabo. Con su voz profunda y rica. Hay bichos que suenan planos, estridentes o mecánicos. Este parece como si se hubiera fabricado un instrumento con una cañita y lo estuviera soplando. Tiene cambios de carácter, matices. A veces parece arrogante, otras asustado. O al menos así le suena al oído humano. Que ya sabemos cómo destiñe.

Como no estoy nada asustada, a mí me parece que cuando este cárabo se queja, en realidad se está parodiando. Haciendo un numerito. Ni él ni yo comprendemos que su canto remita todavía a algún recelo atávico. Noche. Espesura. Fiera. El cárabo es el sereno de lo salvaje: el hombre lo escucha y rápidamente intuye que debería estar en otro lado. Cerca del fuego o bajo techo, pegado a su propio rebaño. ¿Te acuerdas? Eso es lo que parece decirme.

Por eso me recuesto en la hamaca, cierro los ojos y trato de acordarme de algo. Es difícil, porque ese algo está enterrado en el fondo genético de la especie. Cómo era estar emparentado aún con las bestias. Vivir a oscuras y consolarse con la luna. Dormirte con el miedo a los lobos. Adentrarte en el bosque con reparos. Carecer todavía de la arrogancia del jefe. Admitir la existencia de poderes más fuertes que el tuyo y el de tu grupo. Sentirte inseguro, no porque no te acepten o no seas lo bastante apto, sino por temor a ser devorado.

¡Tan difícil! Estoy en mi porche, huele a jazmines, dentro de la casa mi padre ve una película a todo volumen. Los coches se persiguen por la autovía. Las estrellas no alumbran tanto como las luces de las urbanizaciones vecinas. Qué demonios hace un cárabo en este ambiente litoral y suburbano. El bosque no queda lejos, pero parece que ambos nos hemos despistado.

O no, porque el cárabo es un bicho dúctil. Aunque es una especie forestal, puede vivir en parques y en casas de campo. Es un trocito de bosque portátil. A lo mejor la pertenencia es otro de esos prejuicios que destiñen. Este es tu sitio, este es el mío, nos decimos a nosotros mismos y se lo decimos también a todo lo que no es humano. Pero sólo en la mente los límites son impermeables. Lo salvaje, lo natural, si lo prefieres, sigue enterrado en el desván de las células, y puede brotar en tu salón o en medio de cualquier atasco.


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