La dependencia afectiva es un blanco
fácil para los enemigos de lo burgués. Resulta tan fácil exponer
argumentos en contra, tan seductor declararse a salvo de los lazos.
Cierra las fronteras. Elige la autosuficiencia. Proclámate insumiso
del otro. Conduce tu corazón a un brexit. Di que sólo
precisas aquello de lo que tú eres responsable. Libérate de
lastres. Elévate y crece.
Hace unos días alguien hablaba en la
radio sobre anarquía relacional. Yo, que me enamoro hasta de las
piedras y de los hincos de las vallas, y que no tengo un aforo claro
de entrada a mis vísceras, podría haberme interesado de sobra por
lo que escuchaba. Muy en el fondo sólo soy una monógama
sobrevenida. Pero no es ahí precisamente, en las profundidades del
propio carácter o de las ideas que una considera atractivas, donde
la realidad se cría. Muy en el fondo ni se respira ni se convive.
Sería maravilloso encontrar una manera civilizada de tejer una red
de relaciones libres. Dar lo que sobra del amor sin tener que hacerte
furtiva. Pero igual o más maravilloso sería no trabajar cada día,
y por ahora no conozco la fórmula de comer decentemente, dormir en
una cama cómoda, comprarme cremitas y moverme a mi aire sin cambiar
parte de mi tiempo a cambio de un salario.
En la fantasía vivo mil historias de
forma regia. Hago, deshago y mando y no acepto norma alguna. No
subordino mi autorrealización a nadie. No pongo excusas. No dejo que
los excedentes de cariño se me pudran. Pero luego sólo echo la
siesta con una persona. Soy experta nada más que en sus olores. Sólo
con él hago la compra. Muchas veces me trago un no y digo vaaale. Lo
hablaba con mis amigos hace unos días: la pareja es como la
democracia, el menos malo de los sistemas. A pesar de todas sus
estipulaciones y sus pegas, a mí el trato me satisface.
¿Soy una burguesa? Vaaale.
¿Acomodaticia? ¿Conforme con lo que una sociedad trasnochada
exige? Sí, hija, sí, lo que quieras. Pero lo que se estaba contando
en la radio al momento me dejó fría. Creí entender que el individuo no ha de buscar su crecimiento en otro. Que cuando las personas se juntan, los límites de cada uno no deberían volverse permeables nunca. Que uno no debería siquiera acercarse a otro si no es desde una posición de autosuficiencia.
Algo que no puedo soportar de
los modelos que pretenden redimirnos de las sumisiones es su carácter
programático: esto es así y así y asá, y para ser verdaderamente
libre tienes que hacer esto y obedecer nuevas reglas. Pactar y pactar
y pactar, en definitiva. Y ya no sólo con una persona. Enmarañar la
toma de decisiones como en una asamblea ciudadana. Blindar la propia
independencia afectiva con estatutos y constituciones que terminan
atrancando lo que se quería fluido.
Así que yo me conformo con ir tirando
sin nuevos programas. Llámame comodona. Lo acepto. Creo que
actualmente la comodidad se minusvalora. Llámame dependiente. Lo
aclamo y lo defiendo. Me siento orgullosa de cada parcela de poder
que he cedido. Creo que la construcción de uno mismo es eficiente y
hermosa si es una obra colectiva. No quiero hacerme sin que me hagan.
Escribo para que me lean y doy lo que me pidan. La autosuficiencia me
parece una opción casi monstruosa.
Hay que aprender a acomodarse no uno a la sociedad, sino la sociedad a uno mismo. Es más complicado, y demanda más trabajo, pero no es imposible.
ResponderEliminarSuerte,
J.
Suscribiría cada frase del post y las suscribo a pesar de que el extremo contrario a esa autosuficiencia humana imposible me resulte igual de odioso: esas madres, mujeres, maridos, amigos...incapaces de dar un paso por sí mismos, que caminan colgados del brazo que tienen más cerca hasta convertirse en un lastre o en un ser inútil.
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