miércoles, 31 de agosto de 2016

ESO

 
Ayer vi por primera vez una de esas muñecas que parecen humanas. No podía dejar de mirarla. Caminaba prácticamente como un ser humano. Doblaba codos, vértebras y rodillas a su antojo. Respiraba como respira cualquier animal con pulmones. Al menos me pareció que su caja torácica, disimulada por la topografía delirante que llevaba encima, se movía arriba y abajo. Me hubiera gustado tocarla para comprobar si el tacto de su piel estaba igual de conseguido. Desde mi posición no podía distinguir si sudaba. Si su superficie tenía algún poro abierto, una cicatriz, algún pelo inoportuno, una araña de capilares. Me hubiera decepcionado no encontrarlos. Habría sido indicio de gama baja: si no te curras la verosimilitud en un diseño como estos, tu producto no es bueno. Una muñeca sin el menor defecto no engaña a nadie. Sólo de lejos parece humana.

Pero lo cierto es que tampoco desde la distancia daba el pego. Al principio me pareció que imitaba bien a una mujer porque era bípeda. Fallo mío: ni siquiera en el mercado chino se podría encontrar una aproximación tan disparatada al rostro de un Homo sapiens de sexo femenino. O su fabricante proyectó a conciencia ponerle cara de leona, o simplificó tanto sus rasgos como la restauradora del Ecce Homo de Borja. Tanto labio, tanto pómulo, un ojo enemistado con el otro, la nariz reducida a una línea vertical, como en el monigote de un crío. También el cuerpo infranqueable, abrupto a fuerza de elevaciones y desfiladeros, cargado de bultos. Pero sobre todo esa cara desorbitada. Bastante parecida a esta. Te lo juro.* No, no podía dejar de mirarla.

Tú tampoco podrías si un día descubrieses que es un cocodrilo quien le pone gasoil a tu coche. Si a la zanahoria que estás pelando le saliesen de pronto ojos que llorasen y boca que suplicara que no te la comas. Si tu butaca alzase los brazos y se pusiese a bailar sevillanas. Si quien está a tu lado parece sólo levemente humano. Si tu modelo de realidad se trastoca de ese modo. Te espantarías y te quedarías embobado. La repulsión y el enamoramiento se hermanan a través de los ojos.

E igual que cuando te prendas de alguien, no dejarías de plantearte cosas. ¿Ha sentido miedo el cocodrilo en su turno de noche? ¿No estará fingiendo la zanahoria y deseando en realidad que le hinques el diente? ¿Sería capaz la butaca de enseñarte la tercera sevillana de una vez por todas? ¿Tiene sentimientos corrientes alguien que ha querido apartarse así del diseño humano corriente?

¿Queda persona detrás de tal despropósito de rasgos y formas? Cuando te haces eso, perdón, ESO, en la cara, ¿no te desvinculas hasta de tus recuerdos? La niña de nariz carnosa y ojos redondos que fuiste, ¿no se convierte en una prima lejana? Y cuando le haces ESO a alguien a cambio de dinero, ¿no sientes deseos de que todas tus células naden en whisky? Cuando una cara no puede expresar ya edad o emociones, ¿no se transmite esa congelación hacia adentro, pero también hacia afuera? ¿No le birlas a la gente su capacidad de empatía? Prácticamente la privas de reconocerte como a un miembro de su especie: ¿no la obligas a que te miren sin pudor y a que digan por ahí que han visto un monstruo?

A lo mejor sólo era un prototipo cutre de androide. Un Pokemon. Una cabeza de leona enroscada en una conjetura perversa de cuerpo femenino. Cualquier cosa un poco menos inquietante que una antigua persona.


*Y te juro que hasta que no he terminado de escribir no he descubierto que a la tipa del enlace le dicen "la mujer gato" o "la reina leona".

2 comentarios:

  1. Como dice un colega... Para gustos los colores.

    Creo que hay mejor manera de gastar el dinero pero si a ESO le apetece cambiarse la cara... Por mi que no quede. Yo, desde luego, no lo haría.

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    1. Hombre, que sí, que uno puede hacerse las perrerías que le salgan del recto y del bolsillo, pero...Tenías que haberla visto. Habrías coincidido conmigo en que a algunos cirujanos habría que quitarles la licencia.

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