martes, 12 de julio de 2016

Franzen el Abundante


Unos cuatrocientos gramos. La cantidad de carrilleras que compraría si quisiera hacer un guiso para dos personas. El peso aproximado del pulmón izquierdo. De un violín Stradivarius. De un feto de veintidós semanas. De una paloma.

Y según la traducción al castellano de la última novela de Jonathan Franzen, el peso de la tortura psicológica que acarrean inevitablemente las relaciones humanas. Todo el daño y los reproches, la dependencia y el engaño, las promesas incumplidas, la competencia y la culpa, el amor y el odio indistinguibles que se forjan en un matrimonio, entre padres e hijos, entre presas y depredadores. Por si eso fuera poco, aún quedaría espacio en la balanza para el examen de la sinceridad y la mentira, de la voracidad de Internet, esa parca contemporánea, del tambaleante periodismo, de la complicidad colectiva en los delitos, de la angustia ante una destrucción ecológica paulatina o fulminante, de una juventud trabada por los pecados de sus mayores, de la corrupción y la inocencia...
 


Cuatrocientos gramos. Setecientas páginas. Franzen no se corta. Franzen no se calla. No para hasta contártelo Todo, y después de hacerlo, sabes que podría seguir contando. Diseccionando. Revelando. Delatando. Dejando en bolas a sus personajes. Obligándote a contemplar su autopsia, a oler sus vísceras, a taparte los ojos con la mano floja, a pedir más, culpable. Abrumando.

Franzen es todavía el demonio de inteligencia que deslumbró al mundo entero con Las Correciones. Pero su caudal de explicaciones ha seguido creciendo sin pausa y si no lo ha hecho ya, amenaza con desbordarse. Franzen es un cerebro asfixiante. Un deportista narrativo de élite. Resistente y veloz a un mismo tiempo. Potente y maratoniano. Te preguntas cómo es posible que no se dope mientras te roba la atención con guante blanco. Te engatusa. Es un patólogo experto del corazón humano. Conoce sus excrecencias y sus desviaciones, su funcionamiento secreto y su basura. Es minucioso como la Enciclopedia Espasa. Tan poco sobrio como una jungla amazónica. Tan charlatán como las chicharras.

Estuve tan loca por su escritura, tan cautivada por su talento para conciliar la complejidad y dispersión de la vida actual con la estructura de la narración clásica, que leerlo fue una experiencia tórrida. Una noche loca a lo largo de centenares de páginas. Me habría acostado una y otra vez con su exuberancia. Le hubiera pedido la mano. De hecho, lo hice. En algún post lo llamé Futuro Marido. Pues bien, ahora le pido públicamente el divorcio:

Franzen, eres bueno hasta decir basta. Eres un abundante. Desconoces que la concisión también es un don hermoso. Eres el hongo atómico que arrasa el misterio para siempre. Eres un riesgo para la posibilidad de seguir contando.


2 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas14 julio, 2016 23:05

    ¿Es posible cansarse de lo bueno en grado superlativo?
    Me parece difícil y curioso.

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