En otra época podrías decir que cae la
tarde, pero en las semanas que rodean al solsticio de verano, la
tarde simplemente se para. Se queda de pie como cuando eres
ofensivamente joven y puedes empalmar una noche en blanco con la
jornada de trabajo. Soy una persona pragmática y, sin embargo, me
creo ese tipo de magia. Los sonidos propios del día se interrumpen
sin querer en el campo. Pájaros e insectos se callan porque toca. Y
antes de que te dé tiempo a decir guau, qué silencio, otras
criaturas se desbocan. Grillos, hordas de ranas.
También se escuchan unos pasos. Un
paseante que se sorprende de vernos ahí plantados. Vadea el arroyo
sin mucha gracia, mojándose el tacón de sus zapatillas deportivas y
dejándolo clavado en el barro. Antes de que escape de mi campo de
visión, lo veo arrancar un junco de la orilla y blandirlo como si
fuera una espada. Y al momento la tarde estática se lo ha tragado.
Dentro de un rato me iré de este sitio y el paseante será agua
pasada. Y sin embargo, si mañana regresase, distinguiría aún los
rastros de su paso. Una huella en el barro, un resto de junco
desgarrado. Si no hubiera visto lo que hizo, puede que jamás me
fijara en las pistas que fue dejando. Nada delataría su presencia en
este paisaje. Sus huellas se quedarían ahí, taciturnas, esperando a
que alguien más observador las estudiase.
La
semana pasada me explicaron que el Principio de Intercambio de Locard
es uno de los pilares de la criminalística. La Wikipedia lo cita
así: "siempre
que dos objetos entran en contacto transfieren parte del material que
incorporan al otro objeto”. Todavía
hay huellas de las zapatillas del paseante en la orilla del arroyo. A
lo mejor todavía hay restos de savia de junco en sus manos y polen
de olivo en sus suelas.
El
último flechazo del que os hablaba en el post anterior bebe
directamente de este principio. De repente me apasiona la idea de
llegar a leer lo que narran las huellas invisibles que esperan
latentes en el campo.
Uno
sale del medio humano convencido de que la soledad y la naturaleza
son primas hermanas. Busca en la segunda a la primera, o sin quererla
se la va encontrando. Ese es uno de tantos prejuicios. La soledad en
el campo es una especie de quimera. Allá donde pongas el pie ha
pasado previamente algo. Y esos sucesos dejan vestigios. Un jabalí
se ha dado un baño y la marca de su pelaje queda impresa en el suelo
encharcado como en plastilina. Un corzo ha frotado sus astas contra
el tronco de un árbol. Furtivos los han estado acechando a ambos.
Alguno quizás apretó el gatillo. Cuando tú llegas ahí, el
escenario parece callado. Pero siempre queda una especie de rumor
colgado en el aire, un eco de lo sucedido. Reconstruir la historia a
partir de dos o tres pistaspuede considerarse un arte.
Uno de esos lugares que sólo parecen callados |
Que
en el fondo se parece bastante a la escritura, y al talante necesario
para practicarla. Todas son disciplinas de la sutilidad. Se trata de
revelar lo que parecía invisible, de rescatar historias del olvido
para ponerlas donde se merecen. Cerca del corazón de la gente o en
el lugar donde algunas han de juzgarse. Se trata de darle una
oportunidad a lo desapercibido, y la vuelta a la idea funesta de que
las cosas sólo pasan una vez y luego caen en el olvido. Se trata de
demostrar que nunca hay actos aislados. Que tu paso por el mundo, sea
inocuo o dañino, siempre deja una huella. Que en el fondo no hay
soledad.
¡Cuanto me ha gustado!.
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