sábado, 7 de mayo de 2016

Por cosas más tontas se cobra

 
Ojalá mirar bien estuviera pagado. Poder ganarte así los cuartos: madrugar para no perderte ni un matiz luminoso y apostarte como una rapaz en un buen posadero. O todo lo contrario, echarte a pasear con las manos en los bolsillos y cosechar en movimiento la vida. Ir alternando los dos métodos para obtener cuadros de texturas distintas. Las horas que fueran necesarias para no llegar a creerte que lo sabes todo. Con descansos para tumbarte al sol, cerrar las ojos y evadirte un rato de la exuberancia del mundo. Volverte así rica.

Pero me tengo que conformar con hacerlo gratis. Miro nubes del color de las sábanas tristes, paradas en el cielo: una manada de elefantes. Miro el naranjo mal podado, con esas ramas que crecen a su aire, mordisqueadas por aquí, por aquí rabilargas, como la cabeza de alguien que se corta el pelo a sí mismo. Yo lo he hecho: sé de qué hablo. Miro la pelusa de los álamos: sube y baja, baja y sube, bastante opiáceo.

Miro mi calle cargada de sombras del pasado. El desaparecido cuartel de Las Palmas: palizas, torturas, un padre parado a los pies del muro, esperando a ver si alguien le dice que es ahí adonde tienen encerrado a su hijo. Todo eso no lo veo, pero yo miro y requetemiro, por si acaso algo del dolor humano solidifica y al tiempo se le pasan las ganas de reírse un rato. El viejo molino donde un chaval llamado Ángel se embelesa contemplando lo que el agua de la acequia es capaz de hacerle a las piedras y al trigo. Probablemente ese sea su último recuerdo, cuando se le conozca más como Ganivet y esté a punto de ahogarse en el río de Riga.

Miro a unos críos fumándose porros sin cuento en el banco del Kama sutra. Los adolescentes de hoy no le temen a nada, qué admirable. Estos de hoy pasan de la lluvia. Los dos que el verano pasado le dieron nombre al banco pasaban obviamente de que los mirasen. Sabemos que ella nunca se ponía bragas debajo de las mallas. Sabemos que el miedo a los bebés o las enfermedades venéreas tampoco les frenaba. Intuimos que la expresión “hacer el amor” se les hacía rancia como un walkman. Para la gente así de joven la vida es como un mediodía de agosto: carente por completo de sombras.

Y vuelvo a mirar y mirar el fresno hasta convencerme de que prácticamente lo tengo tatuado en la cara interior de los párpados. Hace un mes estaba desnudo, y míralo ahora, de qué manera ruge en verde. Los árboles de hoja caduca tienen esa cualidad extraña: marcan el paso del tiempo y, a la vez, lo niegan con cada vuelta del ciclo. Mirar con convencimiento un árbol es cargarte de presente, y también hacerte sensible a las sombras de lo que fue y ya no, o lo que no fue y quizás. Es la paga extra, el aguinaldo, la propina en el oficio de quedarte mirando.

3 comentarios:

  1. Lectoraadicta08 mayo, 2016 10:01

    Otra cosa por la que deberíamos pagar: Tus post. Me hacen pasar tan buenos ratos.

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  2. Amén, Lectoraadictam, amén.

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  3. Oyes, que yo me dejo. No digo yo que se me pague, pero una camisetita mona, un arroz con leche con la capa de arriba cuajada, un par de botellas de oloroso...

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