Ojalá mirar bien estuviera pagado. Poder
ganarte así los cuartos: madrugar para no perderte ni un matiz luminoso
y apostarte como una rapaz en un buen posadero. O todo lo contrario,
echarte a pasear con las manos en los bolsillos y cosechar en
movimiento la vida. Ir alternando los dos métodos para obtener
cuadros de texturas distintas. Las horas que fueran necesarias para
no llegar a creerte que lo sabes todo. Con descansos para tumbarte al
sol, cerrar las ojos y evadirte un rato de la exuberancia del mundo.
Volverte así rica.
Pero me tengo que conformar con hacerlo
gratis. Miro nubes del color de las sábanas tristes, paradas en el
cielo: una manada de elefantes. Miro el naranjo mal podado, con esas
ramas que crecen a su aire, mordisqueadas por aquí, por aquí
rabilargas, como la cabeza de alguien que se corta el pelo a sí
mismo. Yo lo he hecho: sé de qué hablo. Miro la pelusa de los
álamos: sube y baja, baja y sube, bastante opiáceo.
Miro mi calle cargada de sombras del
pasado. El desaparecido cuartel de Las Palmas: palizas, torturas, un
padre parado a los pies del muro, esperando a ver si alguien le dice
que es ahí adonde tienen encerrado a su hijo. Todo eso no lo veo,
pero yo miro y requetemiro, por si acaso algo del dolor humano
solidifica y al tiempo se le pasan las ganas de reírse un rato. El
viejo molino donde un chaval llamado Ángel se embelesa contemplando
lo que el agua de la acequia es capaz de hacerle a las piedras y al
trigo. Probablemente ese sea su último recuerdo, cuando se le
conozca más como Ganivet y esté a punto de ahogarse en el río de Riga.
Miro a unos críos fumándose porros sin
cuento en el banco del Kama sutra. Los adolescentes de hoy no
le temen a nada, qué admirable. Estos de hoy pasan de la lluvia. Los
dos que el verano pasado le dieron nombre al banco pasaban obviamente
de que los mirasen. Sabemos que ella nunca se ponía bragas debajo de
las mallas. Sabemos que el miedo a los bebés o las enfermedades
venéreas tampoco les frenaba. Intuimos que la expresión “hacer el
amor” se les hacía rancia como un walkman. Para la gente
así de joven la vida es como un mediodía de agosto: carente por
completo de sombras.
Y vuelvo a mirar y mirar el fresno hasta
convencerme de que prácticamente lo tengo tatuado en la cara
interior de los párpados. Hace un mes estaba desnudo, y míralo
ahora, de qué manera ruge en verde. Los árboles de hoja caduca
tienen esa cualidad extraña: marcan el paso del tiempo y, a la vez,
lo niegan con cada vuelta del ciclo. Mirar con convencimiento un
árbol es cargarte de presente, y también hacerte sensible a las
sombras de lo que fue y ya no, o lo que no fue y quizás. Es la paga
extra, el aguinaldo, la propina en el oficio de quedarte mirando.
Otra cosa por la que deberíamos pagar: Tus post. Me hacen pasar tan buenos ratos.
ResponderEliminarAmén, Lectoraadictam, amén.
ResponderEliminarOyes, que yo me dejo. No digo yo que se me pague, pero una camisetita mona, un arroz con leche con la capa de arriba cuajada, un par de botellas de oloroso...
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