martes, 3 de mayo de 2016

De cómo juntar en un texto breve agujetas y malas hierbas

 
Agujetas como medallas al mérito muscular. Me gustan tanto. Puntos eléctricos donde dolor y placer se cruzan. Cicatrices efímeras de una batalla. Recuerdo de la boda entre voluntad y carne. Agujetas como prueba de vida.

Hoy me tocan en los isquiotibiales. Esa parte maciza que hasta hace unos dos años sólo sabía llamar “la parte de atrás de mis muslos”. Antes de eso, la idea de levantar gratuitamente peso en una habitación llena de gente con demasiados bultos a la vista, y con una cantidad medio depravada de espejos de por medio, me hubiera parecido un delirio. Hoy, el hecho me parece vacuo sólo de vez en cuando.

Mi cuerpo es distinto desde entonces. Mis brazos, mi espalda. Mis hombros no te provocarían ya ganas de prepararme un puchero con mucho tocino. Estoy convencida de que mi cerebro también ha cambiado desde que voy al gimnasio. Concretamente desde que me dejo la linfa en el parqué, bailando. Lo noto más torneado y exacto a la hora de coordinarme. Pero a veces me parece que todo ese falso deporte no tiene nada que ver conmigo. No conmigo: con mi cuerpo como elemento de la ecología. Todas esas repeticiones neuróticas de movimientos desmenuzados, ¿a qué animal están expresando? ¿Qué relación guardan con las funciones para las que fue diseñado el cuerpo humano? Andar, correr, saltar, arrastrarse, merodear, trepar; empuñar, arrojar, desgarrar, machacar, golpear... Lo que se hace en un gimnasio se parece tanto a la coreografía de la vida como un zoo a los ecosistemas salvajes.

Por eso hoy me siento especialmente orgullosa de mis agujetas. Porque me las he ganado trabajando. Ayer estuve arrancando hierbas en el jardín de mi padre. Arrancando que no escardando, sin herramientas. No es una gran hazaña. De hecho, es una manera de “hablar por no estar callados”, que diría mi madre. Una faena puramente estética. Las hierbas son la piedra de Sísifo de las tierras dominadas por el hombre. La guerrilla, la primera y última palabra, la risita de la naturaleza. Un “ya hablaremos de aquí a unos cientos de años” que lo vegetal suelta en lugares civilizados. A nivel doméstico no hay manera de eliminarlas. Son tercas, son listas, tienen un montón de estrategias de reproducción y supervivencia. Son humildes, pasan desapercibidas, son diversas. Grandes enemigas. Un honor batirse a mano desnuda con ellas.

Las malas hierbas me gustan tanto como las agujetas. Ambas son empeños brutales de vida. 
 

2 comentarios:

  1. lectoraadicta05 mayo, 2016 18:05

    Me produce urticaria solo pensar en ellas. Pobrecicas, también tienen su momento verde y tierno.

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    1. El secreto está en mirarlas de cerca y tratar de contar las especies diferentes: flipas.

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