martes, 26 de abril de 2016

Primas segundas

 
Piensa en gaviotas. Reacciona. ¿Te ha dado un pinchazo de grima? Entonces nos parecemos en algo.

Visualiza sus ojos. Esa malicia escrita. Si repasas miradas animales, puedes inventariar: ternura, sobresalto, curiosidad, indiferencia, memez, alcurnia... O esa cosa indecible de los reptiles: un eón que te examina. Pero si una gaviota te permite acercarte a ella, ves en sus ojos algo que te pone los pelos de punta. Una veta de cruedad gratuita. Como si a todas horas se estuvieran preguntando el modo de superar la ferocidad de la supervivencia.

Y, créeme, van a dejar que te acerques. Porque las gaviotas son promiscuas. Populacheras, escandalosas, adictas a andar en pandilla. Lo más parecido que hay en el reino animal a una horda de ultras de fútbol. Me acuerdo de cuando estuve en Lagos. En el Algarve, no en Nigeria. Toda la noche tuve sueños inquietos, en aquella habitación con cabeceros metálicos y tapetes de ganchillo que podría haberme alquilado cualquier tía abuela de la Península. Gritos y carcajadas, quejidos como para componer la banda sonora de una pesadilla. Nunca había oído nada parecido: una algarabía que parecía de aquelarre. Las calles blancas y viejas del centro daban toda clase de facilidades para que los guiris se emborrachasen. En cada bar había una pizarra donde hasta un ciego podría haber leído happy hour y caipirinha. Y, sin embargo, aquella madrugada ninguna garganta de persona se atrevió a decir viva la vida. Las gaviotas celebraban su propia hora feliz, y nadie ponía un pero a si la dedicaban a matarse entre ellas y a insultarse. O a difamar y tramar venganzas contra los seres humanos.

Resumiendo: las gaviotas son en realidad gente. Morralla que chismorrea y rapiña, que te pone la zancadilla y se burla, que no te quita los ojos de encima. Parte de tu vecindario. Por eso resultan tan antipáticas: porque son el espejo en el que contemplamos rasgos poco atractivos de nuestra especie. Las gaviotas no incitan a la nostalgia. No apelan al poso de inocencia que en lo hondo de nuestro hipertrofiado cerebro conservamos de cuando fuimos animales. 


"Venecia es nuestra"
 

Ah, pero esta mañana me he acercado a Málaga por asuntos de trabajo, y allí me las he encontrado. Bajarte del coche y comprobar que el ecosistema ha cambiado mucho antes de que la mirada déspota encuentre una pista. Las gaviotas me han gritado y han volado sobre mí y se han reído, y yo he vuelto inmediatamente a un mundo de azoteas planas y antenas, ropa tendida y preñada del viento, alma blanca y oxidada. Disimulaban un poco, pero sé que me estaban dando la bienvenida.

Y yo disimulo también, pero tierra adentro las echo de menos un poquito.

1 comentario:

  1. Que bien las has descrito. No podría añadir nada más.

    ResponderEliminar