sábado, 23 de abril de 2016

El olvido es mutuo

 
Cuándo piensa dejarme en paz esta vieja, piensa Carmen, mientras desmenuza la bolita de miga que se guardó esta mañana en el bolsillo. Tiene que hacerlo con cuidado: formar bolitas más pequeñas, todas las que pueda, todas bien redonditas, para que no se les atragante en el buche a los pájaros. Luego reunirlas en el puño, sin que se escape ni una. Si no, su hermana le birlará la falda cuando se la quite e irá a enseñarle los bolsillos vueltos a su madre. Mamá, mira lo que ha vuelto a hacer la niña. Y su madre pondrá esa cara de cansancio que hace que se parezca a las lagartijas. Le dirá: mañana vas tú al lavadero, Carmen, a ver si no te da asco encontrar porquería entre la ropa. Con la boca dura, porque su madre no grita para que las vecinas no la escuchen. Carmen no entiende por qué se toma tantas molestias. En su calle, y en las demás calles por encima de la iglesia, todas las mujeres gritan. Manolitooo, vete a buscar a tu padre a la cantinaa. Es que me hierve la sangreee. ¿Quieres que me quite la alpargaaata? Su madre también dice todo eso, pero ha aprendido a hacerlo sin mover los labios. Da bastante grima.

Y ahora Lucía también ha aprendido. Ya nunca le tira del pelo ni se le agarra al brazo a mordiscos. En vez de eso se pone muy tiesa, aprieta los labios y cuchichea: ya verás cuando mamá se entere. Y siempre se termina enterando. Así que no puede escaparse ni una sola bolita. Pero la vieja sigue dale que dale.

Mi hermana es que se cree que el pan nos sobra, abuela, está diciendo Lucía. ¿Sabe usted lo que hace? Pellizcar el del desayuno para tirárselo a las palomas. A mí las palomas me dan mucha cosa. Lo dejan todo que apesta. Pero si un día padre trae palomas, pues se despluman y si no hay más remedio, a la cazuela. No pongo esas caras cuando me ponen delante puchero de hinojos. La Carmen debe de pensarse que somos alguien.

La abuela no le hace mucho caso. Vete tú a saber, a lo mejor ya está perdiendo la cabeza. O sea, más trabajo. ¿A quién te crees tú que va a tocarle desvestirla todas las noches y acostarla, con lo que pesa? ¿A Carmen? ¿A su vivito retrato? ¿La única de su prole que ha heredado sus ojos azules? Qué va, esas son faenas para Lucía. Abuela, sácate las manos de los bolsillos, que luego hay que remendarlos.

Pero qué rollo de palomas y de hinojos se traerá ahora esta vieja, sigue Carmen. No escucha muy bien qué le cuenta, seguramente porque habla como si no moviera los labios. Otra, qué manía. ¿No será la tía Luisa? No, la tía Luisa tiene los mofletes gordos y los párpados de abajo le cuelgan, y ésta es un palo viejo que no tiene siquiera párpados. Vaya una cara de lagartija.

Para cuando la celadora viene a buscarlas, Carmen tiene todas sus bolitas dentro del puño, y a Lucía se le han acabado las quejas. Frente a frente en el comedor, como cada día, una se preguntará quién es esa vieja tan pesada, y la otra, que por qué a ella la abuela nunca le hace caso.

4 comentarios:

  1. Tendría que ser mutuo siempre, para hacerlo soportable.

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  2. Anónimo entre comillas25 abril, 2016 22:29

    ¡Qué miedo!

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  3. Pero, muchachas, daos cuenta de que en ese desencuentro brutal, las dos hermanas se estaban encontrando.

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  4. Anónimo entre comillas27 abril, 2016 22:29

    ¡Qué hermanas tan torpes!

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