Cuándo piensa dejarme en paz esta vieja,
piensa Carmen, mientras desmenuza la bolita de miga que se guardó esta mañana en el
bolsillo. Tiene que hacerlo con cuidado: formar bolitas
más pequeñas, todas las que pueda, todas bien redonditas, para que
no se les atragante en el buche a los pájaros. Luego reunirlas en el
puño, sin que se escape ni una. Si no, su hermana le birlará la
falda cuando se la quite e irá a enseñarle los bolsillos vueltos a
su madre. Mamá, mira lo que ha vuelto a hacer la niña. Y su
madre pondrá esa cara de cansancio que hace que se parezca a las
lagartijas. Le dirá: mañana vas tú al lavadero,
Carmen, a ver si no te da asco encontrar porquería entre la
ropa. Con la boca dura, porque su madre no grita para que las
vecinas no la escuchen. Carmen no entiende por qué se toma tantas
molestias. En su calle, y en las demás calles por encima de la
iglesia, todas las mujeres gritan. Manolitooo, vete a buscar a tu
padre a la cantinaa. Es que me hierve la sangreee.
¿Quieres que me quite la alpargaaata? Su madre también dice
todo eso, pero ha aprendido a hacerlo sin mover los labios. Da bastante grima.
Y ahora Lucía también ha aprendido. Ya nunca le tira del pelo ni se le agarra al brazo a
mordiscos. En vez de eso se pone muy tiesa, aprieta los labios y
cuchichea: ya verás cuando mamá se entere. Y siempre se
termina enterando. Así que no puede escaparse ni una sola bolita.
Pero la vieja sigue dale que dale.
Mi hermana es que se cree que el pan
nos sobra, abuela, está diciendo Lucía. ¿Sabe usted lo que
hace? Pellizcar el del desayuno para tirárselo a las palomas. A mí
las palomas me dan mucha cosa. Lo dejan todo que apesta. Pero si un
día padre trae palomas, pues se despluman y si no hay más remedio,
a la cazuela. No pongo esas caras cuando me ponen delante puchero
de hinojos. La Carmen debe de pensarse que somos alguien.
La abuela no le hace mucho caso. Vete tú
a saber, a lo mejor ya está perdiendo la cabeza. O sea, más
trabajo. ¿A quién te crees tú que va a tocarle desvestirla todas
las noches y acostarla, con lo que pesa? ¿A Carmen? ¿A su vivito
retrato? ¿La única de su prole que ha heredado sus ojos azules?
Qué va, esas son faenas para Lucía. Abuela, sácate las manos de
los bolsillos, que luego hay que remendarlos.
Pero qué rollo de palomas y de hinojos
se traerá ahora esta vieja, sigue Carmen. No escucha muy bien qué
le cuenta, seguramente porque habla como si no moviera los labios.
Otra, qué manía. ¿No será la tía Luisa? No, la tía Luisa tiene
los mofletes gordos y los párpados de abajo le cuelgan, y ésta es
un palo viejo que no tiene siquiera párpados. Vaya una cara de
lagartija.
Para cuando la celadora viene a
buscarlas, Carmen tiene todas sus bolitas dentro del puño, y a Lucía se le han acabado las quejas. Frente a frente en el comedor, como
cada día, una se preguntará quién es esa vieja tan pesada, y la
otra, que por qué a ella la abuela nunca le hace caso.
Tendría que ser mutuo siempre, para hacerlo soportable.
ResponderEliminar¡Qué miedo!
ResponderEliminarPero, muchachas, daos cuenta de que en ese desencuentro brutal, las dos hermanas se estaban encontrando.
ResponderEliminar¡Qué hermanas tan torpes!
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