Canciones que empiezan a sonar en tu
mente con la inexorabilidad de las cigarras en julio. Las ves llegar
desde lejos. Alzas los ojos al cielo, te haces pantalla con la mano. Y entonces sabes que una amenaza bíblica se acerca.
Canciones que se te meten tan adentro que
te hacen. Te apuntalan. Te alimentan. Te hacen fuerte o te envenenan.
Te disfrazan. Arden en tus mitocondrias. Lubrican tus mucosas. Quizás
en el diminuto bulto encima de tu rodilla derecha se hayan
calcificado algunas melodías. O tal vez la disposición de
finas líneas negras en tu iris cambia con el tiempo y en ella puede
leerse la partitura de tu banda sonora íntima.
Canciones que ya estás cantando al
despertarte, antes de acordarte de tu nombre. Mirándote los zapatos
en un ascensor atestado. Dando los buenos días a un cliente.
Aparcando el coche. Dando por teléfono un pésame. Canciones que le
echan un remiendo a los descosidos del día. Que suman vidas a tu
vida. Tus posibles avatares ensayando todos juntos un himno.
Canciones que son casi personas.
Esta es mi enésima canción definitiva.
Flotando en el cosmos debe de existir una fórmula matemática que
condense la frecuencia con la que la escucho: la integral de mis
momentos felices elevada a la potencia sensual de mi sangre, partido
por el sumatorio de las punzadas de melancolía... Una chorrada
semejante. A la altura del minuto 0:52 estoy en trance. En mi
conciencia ya sólo se pasa la película de mis fotogramas
memorables. Nada de actualidad ni tareas inmediatas ni garabatos
mentales ni ruido.
Sólo: saltar en una cama elástica.
Conducir de Tarifa a Barbate. Dejar el plato limpio a lametazos.
Robar cerezas. Morder la punta de un cucurucho de helado. Esperar
tumbada en el sofá a que el suelo recién fregado se seque. Meter la
nariz entre azahares y colocarme. Quitarme el sujetador bien sudado. Orear
los pies fuera de las botas en una excursión de las brutas. Bailar
en el salón a oscuras. El momento en que las natillas espesan.
Ducharme y que caigan de mi cabeza hojitas. Tomar el sol con el pijama arremangado. Bajar corriendo las cuestas haciendo molinillos con los brazos. Esas siestas. La duermevela de los
árboles....
" I´m going
where my body leaves me* ": me lo tatuaría en el sitio de los relojes.
Aproximadamente,
“voy adonde mi cuerpo me lleva”.
Eso habría que tatuarselo directamente en el alma, o mejor en la mente que quizás es la que suele impedir que se vaya donde el cuerpo te lleve
ResponderEliminarY además justo en la muñeca, para que el tiempo del cuerpo sea el que guíe.
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