El sol engañoso ahí fuera. Irrebatible,
pero incapaz de calentarte la espalda. Hoy sólo es un espectáculo
para la vista. Una de esas criaturas bellas que nunca se dejarían
ver en zapatillas de estar por casa. El aire viene fresco, y mis pies
lo saben y por eso me he encerrado en mi cuarto. Desde la ventana
miro mi cuartilla de mundo. Los colores exacerbados. Como si todas
las cosas, las plantas y el cielo y el mar al fondo, andaran con
fiebre.
A veces una ventana es más que una
ventana. A veces es un cuadro valioso al que no te dejan acercarte. O
un recuerdo del patio de recreo visto desde el aula donde te fustigan
con matemáticas. Para mí hoy es una bola de cristal, una especie de
oráculo. Miro y le pregunto a la ventana qué lugar me corresponde
de veras. El mundo de los colores donde te hielas de frío y no se te
arropa, o la habitación cálida. El interior o los espacios sin
techo. Las palabras o el viento y los pájaros.
Pero nada de lo que veo me responde. Se
supone que tengo que encontrar dentro de mí la respuesta. Una
respuesta sincera. Algo parecido a: no quiero estar encerrada. No
quiero seguir arrullándome aquí adentro, agarrada a mis costados.
Escribir no sirve de nada.
Y mira que había pensado que podría
empezar algo. Quería ir apuntando el avance natural del año. En el
centro de visitantes de la Sierra de Segura vi una cosa bonita. Doce
paneles de madera que se pasaban como las páginas de un libro y
describían lo que en doce meses ocurre en la naturaleza. Una cosa
tan sencilla y corriente pero que requiere una atención tan
exquisita. Mayo: paren las corzas y siguen en flor los ojaranzos. En
cuanto lo vi quise imitarlo. Con mis propias observaciones. Con lo
que habitualmente paso por alto por muy sabido o por prisas. Cuándo
ves el primer abejaruco. Qué día exacto te das cuenta de que ya va
amarilleando el jaramago.
Empezó enero y yo ya no me acordaba de
mi calendario. El año nuevo continuó con miopía. Pero un momento:
quién dice que hubiera que empezar ahí obligatoriamente. Yo llevo
días sorbiéndome la nariz y con estornudos. Está claro que algo
está comenzando. La naturaleza debe empezar a contarse en primavera,
con los primeros brotes, las primeras indecisiones entre calidez o
frío, las primeras fiebres. Los primeros síntomas de que tu cuerpo
interactúa con lo que lo rodea. Y ayer estuve en el campo y vi las
primeras flores de jara, atrevidas como pezones al aire. Me
emborraché con el olor a miel de los jérguenes. Me acordé de
cuando empecé a trabajar y llegaba a mi casa pringosa y arañada.
Señalada por el roce con las plantas. Todo comenzaba.
Todo sigue comenzando y no hay buenas
palabras para explicarlo. Mi sitio está ahí afuera. Escribirlo no
sirve de nada.
Sirve, vaya que sí. Nos sirve a los que vamos por el mundo, casi todo el tiempo, con anteojeras.
ResponderEliminarEntonces me quedo un poquito más conforme. Muchas veces no le encuentro mucho sentido a este parloteo. Pero sigo. No todo tiene que tener explicación.
EliminarA mí el frío y el no poder salir a la calle ni a dar un mísero paseo me ha ido quitando progresivamente las ganas de todo, las ganas de crear, de sacar cosas de la mochila... Ahora que parece que vuelve la luz, que el aire ya no corta, que empiezo a asomar el morro en los bosques: ¡milagro! Han vuelto las ideas y las ganas abstractas de cambiar algo.
ResponderEliminarAlgunas somos de ahí afuera. Está más que claro.
Un abrazo gordo gordo.
¡Osa saliendo de la osera! Me cuesta muchísimo imaginarte sin ganas y confinada entre paredes. Tú tienes la cabeza al raso aunque te encierres.
EliminarY otro el doble de gordo para el doble de frío.