martes, 15 de marzo de 2016

Ella. Y punto.

Ella es algo hermoso y artificial. Hermoso pero artificial. Artificial pero hermoso. El orden de los factores y el producto... Ella es menos en realidad de lo que esperas, menos de lo que te han ido diciendo tantos ojos febriles. A primera vista te parece que el diccionario de secretos se te ha debido de perder por el camino. Vulgarzota, Ella, con poca más virtud que encontrarse en un buen sitio. Un cruce de carreteras donde lo accesorio reina y la identidad se explota. Si Ella fuera persona en vez de pueblo, sería la mujer de un futbolista. Con mis respetos.

Llevo aquí cuatro noches. Ella, provincia de Uva. Turistas que están en el ajo. Turistas en busca de esencia. Turistas que se creen perspicaces. Huyendo de estereotipos y pagando habitaciones de hotel con gel y champú en botecitos. Ve a Ella a caminar, exhortan las guías de viaje. Descansa unos días en Ella, susurran los italianos. Date unos cuantos masajes. Yo no estoy en el ajo. No busco nada. No me creo más especial que nadie. Así que ando y descanso, ando y descanso. No porque me lo digan, sino porque eso para mí es lo fácil. Estoy fisiológicamente programada. En Sri Lanka como en mi barrio.

Sé que no voy a quedarme más que unos días, así que para q esforzarme en entender lo que veo. Distinguir entre verdad y merchandasing. Cotidianidad o teatro. La gente sonríe y es amable. Si es así por estrategia o carácter, a mí no me incumbe. La gente sonríe como en otros lugares se desvía la mirada, se mira el móvil o se bosteza en los andenes del metro. Hay a quien tanta suavidad molesta. Viajeros empollones que alardean de furia anticolonialista, o deploran la depreciación del paraíso. Otros creen distinguir en cada charco y cada camarero la cara del Buda. Todo el que viene de fuera resuelve de un plumazo y elucubra. Todos quieren ir más allá de la apariencia. Descubrir y descubrirse. Descorrer el velo y volver a casa más ellos de lo que eran.

Yo ando y luego descanso. Ni busco ni me busco. Sonrío y trato de ser amable. Me recreo en la superficie. Verde por todas partes. Ni más ni menos de lo que esperaba. Pero más y menos se van pareciendo a cada paso. Ya no recuerdo mi expectativa. Quizás una forma de tristeza en el paisaje. Selvas arrasadas por los ingleses para tener con qué remojar sus sandwiches de pepino. Supongo que pretendía escuchar el escándalo de la ausencia, punteado por los trinos patéticos de algunos pájaros que después del desastre ocuparon las plantaciones de té con la cola entre las piernas. Reconocer los fantasmas de las multirrelaciones desmochadas. Quería ver lo que no se ve. Como cualquier viajero con una guía cara.


Me dejé la cámara en un motel de Colombo y estas criaturas me han prestado la foto.


En cambio veo verde y té. Sonrisas. Cuando me muevo en tren, las madres me ofrecen cosas fritas. Sólo olerlas me da ardores. Sonríen cuando trato de hacerles comprender que la comida cingalesa me corroe el intestino. Como poco más que papaya, té con leche y huevos con appam, que son una especie de panqueques de arroz y coco. Estas mujeres deben de tener en las tetas picante. Amamantan a los niños con chile y especias y así los vuelven inmunes. Qué envidia, ser tan dulce y tolerar el fuego de esa manera. Sonrío y miro por la ventanilla. Ella es artificial pero hermosa, menos de lo que esperaba. Ando y descanso. Qué gozo no esperar nada.

2 comentarios:

  1. ¡Cuánto mundo por conocer!. Y Tan pocas ganas de moverme.

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    1. Chica, peor sería tener ganas y que el mundo se te quedara chico.

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