lunes, 1 de febrero de 2016

Shake it off

 
Supongo que todos fanfarroneamos a costa de algo. Tú presumes de que eres capaz de masticar una cabeza de ajos sin que un rayo te parta el duodeno. Ese de ahí duerme cada noche cuatro horas y míralo, tan fresco. Mis compañeros de trabajo no se ponen abrigo ni cuando enero viene homicida. Aquel te cuenta toooodo lo que hace antes primer café del día. Cuando estuvo en Vietnam tu cuñado comió rata y perro. A mí los terremotos me gustan.

Algo bastante inconfensable se remueve en mis tripas cada vez que uno de ellos abre las noticias. Ojo, uno de los cordiales, de esos que sólo asustan. Una especie de leve excitación escabrosa. No es una cosa que puedas decir durante la comida. Ves latas de tomate saltando en los supermercados, el vídeo casero con el chachachá de la lámpara, a lo mejor hasta la grietecita en medio de una autopista, y a duras penas reprimes un ay, yo también quiero.

Y no es que no lo haya vivido y que nunca haya pasado ese miedo. La primera vez fue hace unos quince años. Intentaba quedarme dormida en mi cama de estudiante cuando la convulsión geológica hizo su entrada triunfal en mi vida. La puerta de mi habitación estaba abierta y, desde donde estaba, pude ver cómo ondulaba el pasillo. Como si estuviera a punto de aparecer un surfista. Jesús, me quedé petrificada. Si hubiera habido una réplica más fuerte el armario me hubiera planchado. Fue como si el demonio hubiera ligado conmigo usando las palabras más persuasivas.

Desde entonces he estado esperando en secreto. Y ayer, por fin, la cama volvió a moverse, muy suavecita; las puertas correderas y las contraventanas batieron, y primero pensé que era un golpe de aire, y después que no, que la tarde estaba perfectamente en calma, y que sólo podía ser aquello. Al acabar, las cosas se quedaron el triple de quietas. Todo lo posado sobre el suelo contuvo la respiración. Y cuando me puse a hacer palmas, el que compartía siesta conmigo me miró como si me hubiera transformado en mantis. Desde el quicio de la puerta adonde fue a refugiarse.

A lo mejor ahora, cada vez que me acueste, sienta una punta de nostalgia. Al dormirme fantasearé que me vuelvo una yonqui del temblor. Soñaré que voy a buscarlo a Chile, a California o al Tíbet. Querré volver a estar a merced de la tierra. Notar que lo mineral también tiene sus ansias. Ser testigo de la elocuencia sentimental del planeta.


4 comentarios:

  1. ¡Estamos locos!.

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  2. Mi sensibilidad sismológica es nula. Muy gordo debe ser para enterarme. De estos últimos solo se ha movido el móvil cuando varias personas han twiteado a la vez con el hastag: terremoto.

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  3. Anónimo entre comillas04 febrero, 2016 22:34

    No sé si el ¡estamos locos! de lectoraadicta significa que ella comparte la rareza de lo que cuentas,yo ya sabes que sí, debe ser la vena lunática de la familia. Disfrutar con las tormentas, los terremotos...claro, siempre que no se pasen de grado

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  4. ¿Otra vez? ayyy...
    Beso, en calma.

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