viernes, 19 de febrero de 2016

Niño corzo

 
Probablemente todos nacemos ya viciados, con una marca indeleble en nuestra sustancia. Nadie podrá culparnos de esa tara, ni nosotros tendremos a quien culparle. No habrá momento de nuestra vida a partir del cual las cosas podrían haber sido de otra forma. Si hubiera dormido en la habitación de mis padres hasta los tres años...Si me hubieran apuntado a baile...La carambola genética no nos dejará echar mano de los condicionales. Todos nacemos ya medio viejos.

Este niño, por ejemplo, lleva en sí la huella de la torpeza. Un desaliño constitucional que, lamentablemente, no llamará tanto la atención gracias a su sexo. La ropa parece girar siempre alrededor de sí mismo. Todo le quedará siempre grande y fuera de sitio, y cuando crezca, algunas mujeres lo encontrarán irresistible justo por eso. Es una criatura hecha para perderse en abrazos. Quizás por eso esté ahora mismo en esta clase de kárate. Porque sus padres también lo han notado.

Lo miro al otro lado del cristal y deseo como él que la hora se acabe. Que pueda salir por fin de esa armadura blanca y lacia con la que lucha más que contra enemigos invisibles. Supongo que para dar golpes al aire hay que tener algún talento. Hay que confiar en que uno es algo más que un revoltijo de miembros haciendo cada uno la guerra por su sitio. Hay que ser de metal o de agua: ser un buen conductor eléctrico. Pero este crío es de peluche. Negado para la línea recta.

Acaba la clase y de ella sale aún más desorientado. Lleva sus zapatillas contra el pecho y parece como si buscara a alguien. Eso le durará también toda la vida. Sus compañeros gorjean y hacen un corrillo en el suelo para calzarse. Él visto de cerca es adorable, con su cabeza esponjosa de rizos y la mirada de corcino. Lo miro y me salta por dentro un fusible. Tengo que andar a tientas para no darme golpes con mi propia ternura.

Y me sorprendo pensando en que me gustaría cuidarlo. Con un par de arrullos y algo dulce, tiene pinta de acudir como un gatito. De frotarse contra tus piernas y darle a su lomo la curvatura exacta de tu caricia. Quizás podríamos ir juntos a la piscina. En el agua creeríamos que somos livianos. Podría enseñarme una coreografía aprendida en la escuela, soy una taza, una tetera, y mostrar una gracia imprevista debajo de la vergüenza. Yo a cambio le pondría vídeos de zumba. Bailaríamos y tiraríamos las sillas y nos reiríamos y nos haríamos cardenales. Luego se lo devolvería a su madre con el flequillo sudado, y a mí me daría pena pensar en las zancadillas que el futuro promete a las cosas pequeñas.

Pero me quedaría tranquila, porque yo también nací con la marca de la torpeza. Una vez me topé en el monte con un corzo y se me quedó mirando como si no se asustara de mi presencia. Luego volvió al entresijo del bosque, una alegría muda en forma de saltos. No he vuelto a ver una criatura tan ágil.

2 comentarios:

  1. Hasta las criaturas agiles dejamos de serlo con el paso del tiempo... Cosas de la edad...
    Un par de besos.

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    1. Pero por suerte el tiempo también te ha enseñado a esas alturas a que esas cosas de la ineptitud no te hagan mella.

      Otros cuantos para ti.

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