miércoles, 10 de febrero de 2016

Lake Tahoe. 1934.

Amy Toensing. Me gusta tanto que le mandaría bombones por San Valentín
 
 Me he dado cuenta de que sólo imprimo las fotos en las que tú sales. No es algo premeditado en absoluto, pero tampoco es casual, supongo. Creo que hay algo en ti, o en nosotras dos juntas, que exige un soporte físico para que lo entienda. Necesito tu cuerpo cerca, tocar las cosas de las que te cansas y que siempre me regalas, repasar imágenes tuyas en papel mate. Soy incapaz de pensarte, igual que vivo perfectamente sin hacerme a la idea de cómo funciona mi médula ósea. No sé imaginarte, porque te conozco desde antes de haber aprendido a diferenciar nuestros nombres.

Siempre escribo en el dorso el lugar y el momento en que se tomó cada foto. Con lápiz, como me enseñaste. Como si las circunstancias pudieran borrarse y reescribirse a tu antojo. ¿Te acuerdas de esta? Detrás de ella he escrito Lake Tahoe. Es lo que te hubiera gustado. Yo no sabía que existía antes de que me lo contases. El lago que salía en El Padrino; en la frontera entre California y Nevada. En realidad la foto nos la hicieron en no me acuerdo qué pantano. Abuelos en sandalias, islotes de basura, rumanos nostálgicos furtiveando carpas. Ya sabes. Pero nuestro coche no tenía aire acondicionado y la península parece en agosto malintencionadamente grande.

A mí me daba grima bañarme. Las aguas embalsadas me espantan. Mi piel parece tosca al lado de la tuya. Por mucho que me empeñe, nunca me depilo de manera impecable. No quería que vieras las piernas flacas de mi marido. Pero los dos os conchabasteis. Él, loco por verte en bañador. Tú, derrochando como siempre osadía y estilo. Con ese mohín tan tuyo de oh, vamos. Contigo una se siente ceniza hasta deseando feliz cumpleaños.

Y, míranos ahí, a punto de enfrascarnos de nuevo en otra competición imposible. Instantes antes de zambullirnos. El agua es gentil contigo como Moisés en el Mar Rojo. Yo he aprendido a disimular mis planchazos. No tengo tu clase ni tu elasticidad delfina. Tú eres la campeona olímpica de la fotogenia. Y creo que me has usado toda la vida para entrenarte. Creo que por eso me enseñaste a nadar sólo a medias. Y a fumar, a maquillarme o a inclinar el cuello de modo adorable.

Pero, aunque después se nos olvide, siempre soy yo la que gana. Nado feo pero con rabia. Deseando que te hundas en el fondo pringoso del pantano. He dejado de fumar. Mi marido piensa que convivir contigo debe de ser un coñazo. Te adelanto lo suficiente como para verte llegar como una reina. Eres tan perfecta que me desarmas. Tú me lo has enseñado todo, aunque sólo sea a medias. Yo soy fundamental para ti como un marco.

2 comentarios:

  1. Y así son las relaciones femeninas. Tal cual.

    Salud niña!

    Por cierto, gracias por Amy. Últimamente me das muy buenos consejos ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo estoy enganchada a su blanco y negro y su ternura sutil.

      ¿Tú crees que eso que he escrito es un arquetipo, que las mujeres nos miramos inevitablemente con esa mezcla de devoción y recelo? Yo creo, o quiero creer, que no. Escribí sólo una posibilidad contenida y sugerida por las posturas de las nadadoras.

      Salud y nieve,trotaora!!

      Eliminar