sábado, 5 de diciembre de 2015

Qué vieja

 
Cumplo otro año, y sigo sin poder arrancarme la sensación de que mi juventud se estancó al principio, se quedó varada y sigue aleteando en una orilla sin fondo, incapaz de nadar mar adentro y de alejarse del número de años que tengo. Hago cuentas, y me siento tan novata o tan intacta como hace diez o hace veinte.

Pero es una sensación falsa. Un amaño de mi modo de desentender el tiempo.

Porque, madre mía, cómo ha ido cambiando el contexto. Y con cuántas capas de abrigo he ido arropando a esa principiante que realmente soy. Tengo anillos como un árbol. Cuéntalos si me derribas. Algunos son anchos, otros son estrechos, según la bondad relativa del medio. Me adapto a él como puedo.

Hace diez años, por poner un ejemplo idiota, no había grupos de whatsapp. Que los espíritus austeros sigan gimiendo de nostalgia. Oh, sí, las relaciones han perdido peso. La inmediatez nos aupa a un carrusel de caballitos borrachos. Agarráte bien si no quieres salir despedido. Hace como diez años, en un día como ayer, mis parientes y algún amigo me llamaban para felicitarme. Me dedicaban esa pequeña porción de su tiempo. Si son como yo, hacían un esfuerzo. Ahora me mandan un breve mensaje de texto con un montón de muñecos besucones y serpentinas que estallan.

Y yo digo: bendito sea el whatsapp.

Hace unos diez años el teléfono arañaba el aire como una tiza sujeta con saña. Tenía que dejar lo que estaba haciendo para no ser maleducada. Anotaba mentalmente cada cliché con ternura. Las bromas blancas acerca de la cuesta abajo, los buenos deseos, la enumeración cada vez más corta y pragmática de regalos. Cada vez colgaba el teléfono con peores presagios. Había que volver a empezar desde cero una amistad que no despegaba. Cada vez estaba más lejos de la persona que tenía al lado.

Hace como diez años, Lisboa deslumbraba y la persona en cuestión sonreía lateralmente, como si tuviera una cicatriz de navaja en el labio. Después de unas cinco llamadas preguntó si es que mis familiares estaban preocupados. Si se estaban asegurando de que no flotara ya boca abajo en el río que no lo parece. Se había olvidado de que era mi cumpleaños, y yo no me atreví a recordárselo. Por la cara que fue poniendo, se pensaría que cumplía siete.

Hace todo ese tiempo, me terminó doliendo cada telefonazo. Cada uno de los kilómetros que me separaba de la gente que sí me quería. El día anterior había conducido setecientos para pasar una semana con la persona de la sonrisa homicida. Me quedaban seis días por delante, y no fui capaz de irme con viento fresco a comer açorda y mirar gaviotas desde los acantilados. De verdad parecía que tuviera siete.

Y ahora... Las felicitaciones por whatsapp son una chiquillería dulce que impide que la distancia haga daño. Nada de voces sin boca para besarte. Ahora he aprendido de manera instintiva a estar cerca de lo que me importa, como sea. Qué distinta, y qué viva. Qué mayor soy ahora.


"Mira por dónde anda ahora la muchacha triste que nos hizo esta foto."

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias a ti por llevar aquí más de un cumpleaños, fiel Ficticita.

      Eliminar
  2. Sin caritas sonrientes ni serpentinas, pero también por mensaje: ¡¡felicidades!! Un abrazo grande y fuerte, amiga. Ahora, mientras cocino lentejas en el frío polar, pensaré un rato en esos anillos de vida. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Oh, gracias a ti, por dedicarme la palabra más bonita del diccionario. Amiga. Ñam, lentejitas. Un besazo.

      Eliminar