jueves, 5 de noviembre de 2015

Monito

 
Peter Marlow. Magnum también es amor.

 
De alguna forma u otra, todos los días se las apaña para pasar cerca de esta parte de la valla. No siempre se detiene, aunque quisiera. A veces va en el tractor, segando alfalfa, removiendo la tierra con estiércol fresco, acercando unos fardos de heno que a lo mejor no hacen ni falta. A veces se hace el despistado detrás de las vacas, como si no las estuviera encaminando adrede hacia donde a él le interesa. A veces llueve con fuerza, y a veces Dori y los niños han venido de visita, o sólo queda media hora para la cena, y su mujer, que nunca se ha quejado de nada, prefiere que no se retrase. A veces simplemente lo deja para el día siguiente o para el sábado por la tarde, porque cuanto más lo retrasa, más placer obtiene luego del encuentro.

Pero siempre tiene algún gesto aunque no se pare. Levanta las cejas una décima de segundo. Se toca al ala del sombrero. Sonríe por dentro. Nunca mira directamente, pero sabe que ahí sigue ella, sentada sobre la valla que no se ha pintado en todos estos años, balanceando las piernas sucias, o de pie sobre el travesaño, sujetándose todavía a la rama del fresno con una sola mano. Demonio, monito.

Y cuando por fin se acerca, con la camisa limpia y un puñado de moras, o un manojito de amapolas y acianos sudados, ella siempre pregunta que por qué ha tardado tanto. No entiende que un hombre tenga obligaciones. A veces vienen partos malos. O hay que hacer recados al pueblo. O alguien se ha muerto y toca ir de entierro. Él procura explicárselo para que lo entienda: uno no puede estar siempre sentado en la valla jugando a ver quién escupe más lejos. La gente crece; determinadas cosas empiezan a depender de ti, y para que el mundo funcione tú tienes que hacer tu parte. Te levantas cada vez más temprano, te acuestas cada vez más temprano, y tu cara se oscurece. Y cada año pasan menos cosas, o a lo mejor pasan siempre las mismas, pero ya tú las has visto antes, y ya nada te sorprende. Los toros cubren a las vacas, las vacas paren, y al poco el becerrito que a duras penas podía ponerse en pie es una enorme tira de carne. Y los niños... Bueno, a todos los niños les pasa más o menos lo mismo.

Él le explica estas cosas con cautela, asegurándole que no tiene por qué preocuparse. Para compensar, le promete unos pendientes de plumas de arrendajo para la vez siguiente, o le cuenta que hacer fuego en realidad es bastante fácil. Que la pequeña de su hija Dori se le parece un poquito cuando se aparta el flequillo de un manotazo. A él le da algo cada vez que lo hace. Pero que nadie, ninguna otra niña del mundo, mira igual que ella, como si el mundo estuviera bien acabado y Dios realmente se hubiera merecido el descanso. Como si la luz dorada del atardecer o la luz dentro de las personas nunca pudiera agotarse.

Le dice que su mujer es demasiado obediente, y que cuando sus hijos eran pequeños, cada vez que intentaba explicarles un juego, ellos le miraban desconcertados. Le dice que tiene suerte de no haber crecido nunca. Que a lo mejor fue bueno que no pudieran casarse. Que la rama de fresno se terminase partiendo mientras ella hacía equilibrios en ese mismo travesaño. Busca en sus ojos su comprensión perfecta, y le jura que ella es lo único que dura.


7 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas05 noviembre, 2015 22:45

    Me ha encantado la foto, la historia con la que le has dado una de sus vidas posibles, muchas otras fotos del autor, las de otros fotográfos igual de estupendos (Ian Berry, Chris Steele...).
    Gracias por descubrírmelas.

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    1. A ti por dejar que en tu casa entren cosas. Es genial la fotografía...se carga todo ese rollo del bloqueo creativo. Procuraré que no se me vea el plumero.

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  2. Qué tierno, qué hermoso, qué bien medido...
    Qué bien escribes, guapa. Gracias.

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  3. Pero claro que gracias, te las doy por los ratos tan hermosos que paso leyendo tus cosas. Tú dí lo que quieras, puedes incluso inventarte una palabra para contestar a los comentaristas agradecidos...

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  4. Pues entonces, más que una palabra, elijo una fórmula: "a sus pies, lectoramor".

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    1. No me puede gustar más. ¡Gracias! (no contestes nada, que si no esto no tendrá fin...)
      Te sigo, me encanta tu blog. Ya te seguía pero me he cambiado de avatar, que lo sepas.

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