Y yo, que carezco de sentimientos
religiosos; que voy tirando del carro de mis días sin que un sentido
último me azuce; que no soy capaz de meter en la misma frase
trascendencia y materia; yo, que encuentro asiento más o menos
cómodo en la aleatoriedad y en la falta de esquema de las cosas,
salgo por fin del coche y la última de mis células entiende el
significado de la reverencia.
Realmente no hay nada ante lo que
arrodillarse. No hay una montaña majestuosa que aplaste desde la
distancia lo presumida que pueda sentirme por formar parte de mi
especie. No hay una geometría perfecta en el paisaje. Sólo pinos
retorcidos, víctimas apasionadas de un pasado en el que sangraron
resina; y parcelas de cultivo abandonadas en las que un par de
membrillos arratonados se empeñan en seguir dando fruto; y matas de
romero y tejas rotas y unas cuantas ruinas. Pero hay algo. Una
especie de...turgencia: en otoño, a las cinco y media de la tarde,
el campo tiene la cara llena y plácida y la fe de una mujer preñada.
No hay silencio, pero en cuanto pongo las
botas en el suelo me siento inmediatamente aliviada. Como si me
hubiera tomado una poción mágica. Y no me había dado cuenta de que
estaba enferma. Es como cuando un masajista te toca y dice ¿ves?
aquí, aquí y aquí estás tensa, y a ti te da una poca de
vergüenza, porque esa tensión en el cuello, esa manera de impedir
que las piernas caigan y se fundan con la camilla, son tu manera
natural de estar en el mundo, tu vicio pasado por alto. A mí el
espacio silvestre me aplaca. Me desatornilla la mandíbula. Debería
hacer algo con esa información tan simple. Lo sé y siempre se me
olvida.
No hay una belleza de revista, ni
siquiera de Instagram o de Facebook, pero a mí me dan ganas de
llevarme una muestra a mi casa. Una piña vieja, un trozo de raíz
nudosa, un puñado de grava blanca de una barranquera, el plumero de
esparto donde el atardecer se demora. Lo pondría todo en mi mesilla
de noche. Para no olvidarme nunca de lo que me importa. Total, hay
gente que se arrima cosas peores: las muelas en un vaso, una
estampita de San Pancracio, el móvil.
No hay un bosque regio que le dicte
órdenes al residuo pagano de tu conciencia. Nada que te atemorice un
poquito o te absorba. Hay un álamo que se deshace, un borrón de
amarillo que gotea con cada hoja que cae bailando. Me enamora eso: el
instante en el que la hoja sabe que ha llegado el momento de dejar de
aferrarse. Hay un nogal, y quién se resiste a rebuscar entre la
hojarasca. Cuando alzo la vista, toda avidez y gozo, me estás
mirando con la sonrisa que destinas a los cachorros. Mi botín
asciende a siete nueces. Hay algo muy antiguo en el placer de
partirlas con una piedra y llenarte la boca de árbol, de estaciones
que llegan y pasan, de cosa no manipulada.
Y hay... mira, mira esas cabras montesas.
Tan entregadas a su pasto que no se han percatado de nuestra
presencia. Ávidas y gozosas...Descuidadas de guardar el secreto.
Pronto pisaremos algo ruidoso y se acordarán de que no deben confiar
en criaturas bípedas. Moverán sus cuerpos cerro arriba con un garbo
inimaginable a primera vista.
Y entonces quizás pensemos que lo que
nos cura de lo silvestre es su apariencia terminada e íntegra: las
cosas son ya su potencia, sin esfuerzo permanente de mejora.
Miraremos huir a las cabras envidiando su dominio del movimiento, y
no se nos ocurrirá pensar “pobre, no eres ni un quince por ciento
de lo que podrías”.
Creo que esta noche me ha emocionado especialmente lo que cuentas porque sé que yo contaría algo parecido si supiera hacerlo.
ResponderEliminarDebería hacer algo con esa información tan simple...
Pues te lo agradezco más todavía que otras veces, porque...tengo muy cerca de mi corazoncito este texto que habré escrito unas cien veces de cien maneras.
EliminarOye, Silvia... creo que nunca te he dado las gracias por incluirme entre tus "Paseos", ¿verdad?
ResponderEliminarMe hace mucha ilusión estar ahí, a la izquierda.
Unos besos.
Sparkling
¡¡Es que haces mucha compañía!!
EliminarOtros pocos de besos.
Tú... y las cabras...¡ay!
ResponderEliminar¿Es la fórmula matemática de algo?
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