lunes, 2 de noviembre de 2015

El peligro mongol

 
Probablemente sea fea como un perro descompuesto, pero ¿quién no querría ir al menos una vez en la vida a una ciudad que rima con los latidos del corazón? Ulán Bator, Ulán Bator, Ulán Bator. Leí una vez que miles de niños viven en sus alcantarillas cuidándose entre sí, organizando la nada, compensando el frío salvaje con vodka y roce. Niños rata, los llaman. ¿Te imaginas? ¿Cómo se hace adulto un niño rata? ¿Cómo sales de la cloaca y te pones de pie en el asfalto, si te has pasado tu corta vida en años, tu larga vida vieja, protegiéndote de los grandes? Imagina mear en tu hotel y no atreverte a tirar de la cadena del váter. Imagina mirar por la ventana, que la sordidez ordenada de la arquitectura soviética te roa los ojos, y querer buscarte una alcantarilla.

Y, sin embargo, quién no querría llegar alguna vez a Ulán Bator para inmediatamente irse. Ulán Bator, Ulán Bator. Rima con corazón. Y a veces el corazón está tan apretado y sucio y larvado de criaturas frágiles como un paisaje urbano. A veces en su alrededor inmediato se encuentra pronto el alivio. Si yo viajara a Mongolia, no dudaría en pasar un día en su capital. Me daría pena, en cierto modo: qué confianza puede tener en sí misma una ciudad levantada por nómadas.

Llegaría, me aflijiría, espiaría las alcantarillas con terror de toparme con un par de ojos rasgados. Y luego me marcharía en busca de lugares verdes y vacíos, y así estaría muy cerca del corazón de un pueblo. Descubriría entonces que mientras pronuncias Ulán Bator, Ulán Bator, tu propio pulso se para, y que justo al salir de allí te lo devuelven.

Ya fuera no me resultaría difícil sentirme en casa. Cómo, si mi historia está llena de mudanzas. En los trenes pegaría la frente en la ventanilla para no perderme ni a un miembro de mi familia. El parentesco del desarraigo. La comunidad de los que plantan el hogar en cualquier parte. Qué lugar común tan romántico. Qué fotogenia del alma. Habría que vivirlo primero antes de cantarlo. 


NG me lo da todo
 

Y después de horas y horas viendo el mismo paisaje, me daría cuenta de que cualquier sitio es prácticamente el mismo. Hierba, ganado, cielo, hierba, ganado, cielo. Cualquier lugar donde plantes la yurta es mellizo del que has dejado. Supongo que no tienes que ser un prodigio de adaptabilidad para hacerte con cada posición cambiante. Siempre vas a tener la seguridad de la nieve o la hierba. Como en el desierto, cerca y lejos se desvanecen. A lo mejor por eso aman a los caballos: porque puedes correr, correr y correr, sin moverte demasiado.

Si me quedara en Mongolia el tiempo suficiente, renacería a través de la humillación, como decía aquella canción de la Rosenvinge: perdería mis remilgos con la comida, porque tendría que alimentarme, quisiera o no, de cosas con sabor a lana. Me quejaría del frío hasta la vergüenza, y luego se me haría costra. Dejaría que los caballos me tirasen cien veces hasta perder el miedo al galope. Mi mente poblada de apegos se volvería adicta al vacío. La abundancia de lo que no fuera hierba, ganado, cielo, me causaría espanto. Es mejor no correr ciertos peligros.


10 comentarios:

  1. Igual si algún día vas a Ulan Bator y vives x días, meses, años en Ulan Bator........................................................?????

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    1. ....se me ponen las mejillas como manzanas Pink Lady? ....me vuelvo mongola?????

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  2. siempre quise viajar en el transmongólico...

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    1. Entonces compartimos la "ferromanía" extrema, pero, dime, ¿qué hacemos con el culo? ¿ Cómo se hace una la estepa si no puede estar ni media hora sentada?

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  3. Después de ver algunas imágenes de Ulan Bator, comparto lo que dices en la primera frase del segundo párrafo. Del resto del país, de esas inmensidades deslumbrantes e inhumanas, me conformo con verlas en los documentales de la 2. Tumbaica en el sofá.

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    1. Pero es que a mí me gusta la hierba que huele!! Y además fantaseo con convertirme en jinete.

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  4. Latidos y pasos... Ulán (un paso) Bator (otro paso) y si sigo, igual llego. Gracias por la idea!

    Salud!

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    1. Qué peligro tienes, Paseadora. Ahora, cada vez que me calce las botas de siete leguas, iré canturreando el estribillo en cuestión. Que se me pegan los soniquetes a la cartuchera mental de una manera. ..

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  5. Llegué a Muy-Muy-Lejano con ese mismo pensamiento de que cualquier lugar, en esencia, es igual a cualquier otro (por lo que dices en el penúltimo párrafo, el cual, por cierto, está para enmarcar)... y sin embargo, he vivido en mis carnes una mezcla de familiaridad y extrañeza que me ha devuelto, a su vez, otros matices de mi misma. Así, después de haber estado allí, vine con la certeza de no saber quién soy en realidad. Y eso, creo, me ha hecho más libre.
    Dicho lo cual, cuando quieras nos vamos a Ulán Bator. Ulán Bator. Ulán Bator...
    Besazos!!

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    1. Tu verás que al final...Mira que cuando me tocas las palmas, me das en la asaúra.
      Jo, es verdad! No cerrarte en una definición de ti misma te libera para ser cualquier cosa y plantar tu tienda donde te parezca.
      Un beso gordo, corazona.

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