miércoles, 18 de noviembre de 2015

Breve carta de amor pedestre


De pequeña tenía cierta idea de ser arqueóloga, no porque me interesara especialmente el tiempo, ni porque pretendiera ir por el mundo con una cazadora de cuero y un látigo, sino porque quería mirar por un agujerito y decir como Howard Carter “veo cosas maravillosas”.

Y ahora, que no quiero que el tiempo me interese, y que con un látigo sería capaz de arrancarme trozos de muslo, ya no me hace falta revolcarme en polvo de huesos para sentirme un deslumbramiento semejante.

Pasa cuando alguien a quien apenas conozco dice algo tan sutil y sorprendentemente gracioso que el pelo de las piernas me crece un milímetro.

Pasa cuando me seduce una portada en una librería, leo una línea al azar del libro, y ganas me dan de pedir mi mantita sucedáneo de gato y el pijama, porque yo de ahí no me largo hasta que me lo zampe.

Y pasa también cuando me quito las botas del trabajo. Ahora es cuando me llamas loca. Pero pasa: veo cosas maravillosas. Un par de pies nobles y baqueteados como los de la propia momia de Tutankamon. El fucsia desconchado de mis uñas refulge en contraste con el marrón páramo del calzado. Tengo lo que no quiero llamar callos y unos tendones con los que se podrían amarrar barcos. Los dedos son tan tímidos que los pequeños quieren parapetarse tras los grandes. Vaya, no son particularmente bonitos. Pero tampoco fiables: están tan descentrados con respecto al eje cadera-rodilla, que a cada paso que doy es como si alguien soltara un dudoso huuy de alivio. No, señor, nada fiables.

Pero yo los miro con júbilo cada vez que los veo magullados, pálidos de esfuerzo o señalados por la trama vil de los calcetines. Los libero de su cripta con reverencia después de ocho horas sin descanso, y entonces, mis pies-demasiado-pequeños-para-este-culo no dejan de embobarme. Tienen un cuentakilómetros abultado. Tienen humor, aplomo y paciencia. Tienen un pátina que los hace dignos. Son un patrimonio del que me siento orgullosa porque lo he ganado a fuerza de pasos en el campo. Yo no nací con estos pies trabajados. No sabía que podían llegar tan lejos ni durar tanto. Mis cosas maravillosas habitualmente escondidas.

9 comentarios:

  1. En la mayoría de las ocasiones lo maravilloso, único, excepcional de una persona esta oculto, nada hay mas increible q recorrer ese camino ( y que te dejen hacerlo) y descubrir ese mundo recóndito....
    Besos Silvia

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    1. Y ese momento- frontera en el que te paras entre el desconocimiento y la intimidad es...buf. El temblor de piernas de un primer beso.
      Más para ti.


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  2. Es lo que les pasa a las cosas vivas... que el mundo les da forma y fuerza. Cada vez me gusta más y más leerte. Un abrazote!!

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    1. Y es lo que nos pasa a los niños de la selva, que los zapatos nos espantan.
      A mí me gusta cada vez más encontrarte.

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  3. Silvia , qué bien escribes, jodía, con perdón ;) es broma lo de la palabreja, pero vaya, para que alguien capte mi interés hablándome de sus pies tiene que escribir muy bien, y tú lo haces. Tu positivismo es otro plus.
    Besazo

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    1. Muchas gracias, Española! Y no tengo por qué perdonarte porque una es nieta de un camionero de la Meseta y tiene una boca como para lavarla con salfumán.
      Muchos besos!

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  4. Aquél camionero era de pocas palabras, en absoluto de palabrotas.

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    1. Mujeeer, ya sé. Pero lo de "lengua de camionero" es un lugar común que me venía al pelo. Y además, ¿qué haces tú metiéndote en conversaciones ajenas? :))

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  5. ¡Anda, no conocía ese dicho!

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