sábado, 10 de octubre de 2015

Te hace más fuerte


Vuelve a colocar la cuchara en su sitio, mirándola un último instante. Se ve tan limpia, que podría reflejar su cara culpable. A lo mejor su imagen se queda ahí, en la superficie cóncava, como un retrato de lo que ella es realmente, algo que Rafa va a meterse en la boca junto a la crema de calabaza. Digerirá su verdadera naturaleza y todo lo demás, sin darse cuenta de nada. A la vez que los virus y las bacterias. Qué rabia; ojalá pudiera contárselo. Sería divertido ver su cara. Pero quién es capaz de decir basta en el arranque de un juego furtivo. Se tendrá que conformar entonces con ver cómo se mete esa primera cucharada, cómo se lo traga todo. Riquísima, cielo. Esto es capaz de despertar a los muertos.

Oh, cómo lo sabes. Esta y las demás diabluras están reviviendo algo que se le había muerto adentro. Su carácter granuja y sucio. Su falta de miedo de cría de pueblo. Has estado a punto de cargártela, Rafa. Tú y tu prudencia y tu sistema de alarmas. No andes descalza. No te sientes en la cama con los vaqueros de sentarte en los bancos. Qué hacen las bolsas de la compra en la encimera, el yogur que a saber quién ha tocado sobre la servilleta. Lava las bragas antes de estrenarlas. So guarra. A veces se mueve por la casa como hubiera un pastor eléctrico alrededor de cada mueble y de cada objeto.

Los sermones la crispan, pero no tanto como lo que ella misma hace. El hábito adquirido de ser aprensiva cada vez que trata de doblar sola una sábana; cómo ha aceptado de forma casi inconsciente que al llegar a casa lo primero, antes siquiera de beber agua, es quitarse de encima y de en medio la suciedad que trae de la calle. Esa idea insidiosa y mucho más invasiva que cualquier germen de que todo contacto es una potencial amenaza. Es algo nuevo para ella. Es como los primeros rumores de cuando ya estaba aquí el Ébola. A ti no te hubiera pasado nunca lo que a Teresa, le dijo entonces. Tú en cambio ya estarías muerta.

Andaron asustados unos días, pero quién se acuerda ya de eso. Ella ha vuelto a tocar las cosas como antes: las puertas de los lavabos públicos, las manzanas del Mercadona, los libros de la biblioteca. Todo sucio, de acuerdo. Como el gallinero de su abuela, donde los pollitos salían del cascarón sobre dos dedos de mierda. ¿Todo peligroso? Quién sabe. Pero prefiere correr el riesgo. Quiere ser otra vez despreocupada y recuperar aquella vieja falta de miedo.


Photograph of a young girl crawling into the chicken coop while chickens look on
Alexandra Hootnick


Ahora todos los días hace algo. Ayer dejó el bolso un momento sobre su almohada. Hoy ha restregado la cuchara de Rafa por el suelo. Se siente culpable como una adúltera. Pero él tendrá que tragarlo: se ha casado con alguien maravillosamente adaptada a la mierda.

2 comentarios:

  1. Bah, la mierda en pequeñas dosis es una vacuna cualquiera: lo que no te mata te hace más fuerte.

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  2. Jajaja, si Rafa lo supiera...
    Besitos.

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