martes, 27 de octubre de 2015

Receta


Por si alguna vez se me olvida. Si se me va la cabeza. Si sufro un aneurisma. Si me ha atropellado una madre con prisas en la esquina de mi cuesta. Si se me agota la gasolina. Si mi vitalidad queda en números rojos. Si el depósito genético de la depresión se activa. Si en la cama de un hospital no parece quedar más de una octava parte de mí misma. Aquí tienes mi receta. 

Siéntate a mi lado y cógeme de la mano. Recuérdame lo que me gusta. Trata de recomponerme a partir de las más triviales de mis preferencias. Tal vez funcione, y una sombra de sonrisa cruce mi cara inexpresiva. Tal vez sólo sirva para que al menos chorree alegría en tu cabeza.

Dime cuánto me gustaba arrancar una flor cualquiera y comérmela.
Tumbarme en la cama y andar por la pared hasta formar una ele.
Pelar un pepino y, como me hacía mi madre cuando era pequeña, ponerme la primera tira de cáscara en la muñeca como si fuera un relojito.
Mordisquearlo todo: la primera galleta de un paquete intacto, tu comida y tu hombro.
La elegancia de un portaminas.
Los garbanzos con choco.
Andar bajo los árboles y mirar hacia arriba.
Llenar una bolsa de moras, de almendras, de setas.
El olor del arroz basmati.
Comprar revistas, no tanto leerlas.
El momento en que cuaja el queso.
Llevar falda sin medias.
El culo de las mujeres.
Un expositor de bobinas de hilo.
Rebañar con un dedo el yogur y los restos de salsa.
La luz de los semáforos en los charcos.
Placas antiguas en las fachadas que ponen algo así como Casa Asegurada.
Los truenos.
La cajera de la autopista.
Tres minutos de lectura furtiva mientras espero.
Las garcillas gorronas que siguen al arado.
Apretar las almohadillas de los gatos.
El signo de interrogación, con su forma de media bombilla.
Un cubo de alpacas amontonadas.
El vapor que sale en invierno del cuerpo de las vacas.
Mear en el campo.
La primera hierba frágil después del verano.
El olor a rastrojo quemado.
La galleta de las natillas.
Encontrar listas de la compra ajenas en un carrito.
Encontrar cualquier trozo de papel manuscrito.
Un zorro corriendo como si su instinto no supiera de escopetas.
Guisantes de cualquier modo: crudos, cocinados, aplastados, desnudos.
La gente que bosteza.
Beber agua en tragos exagerados.
Las escamas de las sardinas.
Las sillas giratorias.
El café solo, largo, sin azúcar y con canela.
Saltar en una cama elástica. Darle a mi cuerpo bosu.
El runrún de los helicópteros.
Masticar jengibre y chupar limones.
Deshacer espigas secas.
Quitarme los zapatos.
Bailar entre los muebles.
Escribir cartas. Recibir cartas. Espiar cartas.
La segunda media hora después de que se va la luz, inserta entre contrariedades.
Un perro que se centrifuga. 
Saltamontes que sólo revelan sus alas azules cuando vuelan.
Las estaciones de tren.
Abrir los postigos del balcón tras ver una de esas películas que te hacen confeti el alma.
El olor a horno.
Las croquetas.  
Desenredar collares.
Hacerte círculos en la cabeza.
Escribir con la mente pura de mirar nubes.
Buscar una entrada al azar en la enciclopedia. 
Mirar hacia atrás y comprobar la barbaridad que llevo andada.
Acostarme deshecha.
Dejar lo mejor para el final.
Etcétera.

4 comentarios:

  1. Pues a mi me han parecido muy claras y encantadoras, tus indicaciones... :)
    Beso.

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  2. Y con esa receta se consigue un bichillo adorable como tú, claro que sí.
    Besos.

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  3. ¡¿Las escamas de las sardinas?!

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  4. mi madre siempre me ponía uno de los culos del pepino en la frente, ella se ponía el otro, podíamos pasar horas así, hasta que se caían.

    me encantan las listas, la tuya especialmente :-)

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