miércoles, 21 de octubre de 2015

Metrónomo


Sé que estoy en casa antes de abrir los ojos. Lejos de la ciudad tengo despertadores que me zarandean gentilmente, como si les conmoviera verme dormida y, antes de sacarme de la cama, prepararan el desayuno. No es una casa silenciosa. Se haría la remolona si pretendieras encontrar en ella un escenario para el ascetismo ortodoxo. No hay ese mutismo inquietante de los lugares de clausura. Es una casa bullanguera, alegremente ruidosa. Cada mañana me trae sus murmullos como una abuela miel con limón al nieto resfriado. Yo me trago la cucharada entera sin protestas. Así la escucho: como si pegara la oreja a la barriga de un amor.

Primero son las perras, cuando el día aún parece una hipótesis remota. Me sacan de las cavernas del sueño, pero yo no las odio como se merecen, porque me dan pena. Ladran respuestas a ecos de lejos, como si la mañana que despunta las excitara tanto que no pudieran contener las ganas de comunicarlo. Como si conocieran el deseo y la nostalgia. Como si escribieran.

Los coches en la autovía cercana. No me molestan tampoco, porque los travisto. Nunca me parecen exactamente esa cosa sinónima del calabozo que en la ciudad me agobia tanto. Un coche en la carretera es todavía un animal ágil y con sentido, un medio de transporte y no un coágulo o un lugar en el que quedarse varado. Pasan rápidos, como si ni se les pasara por la cabeza enquistarse. Como olas.

Pajarillos chuchos. Tirurú, tiruriii: histriónicos, furiosamente optimistas. El campo los libera de modales. Higos secos del suelo, acebuchinas, bichos que se han colocado con todos el azúcar del huerto: eso les llena el buche. Se comprende la falta de etiqueta.

Mi padre que se levanta. Trata de no hacer ruido, pero como tiene problemas de oído no se escucha bien a sí mismo. Es algo que me parte el alma, ese cuidado irrealizable. Sus pasos resuenan en una casa espaciosa como una soprano. Abre la puerta y da los buenos días a las perras con un susurro falso.

Esta mañana me he levantado más tarde de la cuenta y, esperándome para desayunar juntos, ha salido al porche y se ha puesto a partir almendras. Yo ya estaba casi despierta. El tac tac tac del martillo sobre el trozo de tronco sobre el que trabaja: un compás hecho para el tipo de día que prefiero. Directo, manual; sin prisa y sin aspavientos.

10 comentarios:

  1. Vale, pero menos mal que ya estabas casi despierta. Un tac-tac de martillo no es lo más indicado para despertase a gusto (con todos los respetos para tu señor padre). Si llegas a estar sopa todavía, seguramente hubieras preferido los perros o los pájaros, ¿verdad?

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    1. Verdad...Si no fuera porque soy de despertar tempranero y pocas actividades humanas (diurnas) me pillan sopa.

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  2. El sonido de "la barriga de un amor"... ahora identificaré mejor michos murmullos... gracias!!

    Salud!

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    1. Todos esos ruiditos de maquinaria que la piel esconde...A mí me relajan tanto como si fuera todavía un feto y escuchase el fragor de mi madre.

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  3. A mí sí que me partes el alma tú... de ternura y belleza. Un abrazo fuerte, directo, manual, sin prisa.

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  4. Que bien "suena" todo...

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    1. Y me he dejado los grillos. En plan castigadora. Todavía tienen que expiar la cansinez del verano.

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  5. Cómo me emociona y me llega lo que escribes.
    Yo todas las mañanas antes de levantarme hago un repaso lento de los sonidos que llegan a mi cama: los perros, claro, los gallos, los pájaros, y si el viento viene de donde tiene que venir, el mar. Es un privilegio despertarse así, lo sé y lo disfruto muchísimo.
    Gracias por regalarnos tanta belleza.

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    1. Muchas gracias a ti por devolverme el eco. Y que sepas que te envidio si desde la cama escuchas gallos.

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