jueves, 15 de octubre de 2015

Madriguera


Llevo unas ochenta y cinco mensualidades pagadas en concepto de alquiler de este piso, y todavía no me he cansado de dedicarle sonetos a sus vistas. En realidad no son nada del otro mundo, y si me encandilan es más por lo que no tienen que por lo que muestran. Veo árboles, veo nubes, veo montañas, todos de clase media. Pero tengo ese simulacro de holgura. El alivio de la periferia. A dos pasos de la olimpiada turística, un recordatorio de que hay procesos que un móvil no puede fotografiar todavía. Evapotranspiración, fotosíntesis, suelos que la lluvia empuja a los embalses. ¿Qué me pierdo? Una fachada que me cohíba. Un “alto, ahí, animal urbano”.

A veces, boqueando en la oficina, me asomo a los ventanales en busca de cosas reales. Me encuentro cemento, alquitrán, ambulancias. Esa sensación de que el cielo es un toldo puesto ahí para que, como Truman, piense que en algún punto el mundo construido se termina. A veces pasan los helicópteros de la base áerea. Los sigo y pienso que estaría bien ir montada en uno de ellos, un brazo asomando, si es que eso es posible, un cúter en la mano rajando la lona del aire, revelando metros y metros y metros de edificios hacia arriba.

De entre todo ese pulular, el hospital me cautiva siempre. Es viejo y de una fealdad que por sí misma te manda al servicio de Urgencias, pero a última hora de la tarde la luz brilla en las habitaciones como el cielo estrellado de Van Gogh. Eso que parece el cielo se ve por contraste azul charol. De alguna forma la vista pide ser absuelta. Por un momento es casi bonita.

Al siguiente me inquieta: el hábito aprendido de entender la perspectiva pierde fuelle, y empiezo a ver como si la realidad fuera el dibujo de un niño. Fachadas planas pintadas en un folio, y detrás nada. Qué mentira. Qué ceguera. Detrás está todo. Lo real, dentro de la madriguera. Gente que como yo se asoma a las ventanas.

Alguien que mañana entrará a un quirófano. Tal vez, a punto de que el anestesista le robe la conciencia, recuerde la vista de mi edificio; tal vez se pregunte si habrá imágenes después de esa.

Alguien que quisiera no recibir el alta porque sólo ahí tiene acceso al lujo de ser cuidado.

Alguien que como tú con los yogures, juega a birlarle días a una fecha. Alguien que no se engaña con volver a usar ropa de verano. Alguien que echa un vistazo entre bambalinas al mundo del que no hace mucho formaba parte, y al que el resentimiento le puede. Tu mundo, mi mundo, ya le está dando la espalda. Enganchado a la locomotora de la indiferencia. Alguien se baja en esta estación.

Procesos que la cámara de un móvil no capta.

Y yo estoy aquí agitando mi pañuelo. Mirando como si hacer compañía en la distancia no fuera una idea ingenua. Haciendo las paces con la madriguera.

1 comentario:

  1. Anónimo entre comillas15 octubre, 2015 23:05

    Qué buen fotograma para añadir a "Truman" ese que has imaginado.

    ¡Y qué miedo las madrigueras! Si pudiera medirse la proporción de dolor por cada metro cuadrado que encierran...

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